jueves, 3 de septiembre de 2009

LA TEOCRACIA: DEL EDICTO DE MILÁN AL CISMA DE OCCIDENTE.

LA CONSOLIDACIÓN DEL CATOLICISMO ROMANO.


RECAPITULACIÓN.


En su primer milenio, la religión cristiana pasó por tres etapas bastante definidas: la original, es decir el cristianismo de Cristo y los apóstoles; la paulina, que correspondió a la visión de Pablo; y la patrística inicial, el período post-paulino hasta San Agustín, en el que se constituyó el cristianismo con las características que mantendrá por el resto del milenio.
La predicación de Jesús, tal como la podemos captar por las escasas huellas documentales que dejó, fué básicamente una de ligazón personal del creyente con Dios, concebido como Padre, sin intermediaciones eclesiásticas, sino en una especie de sacerdocio universal, donde el espíritu humano alzaría vuelo conforme a su propio ritmo y movimiento. Esta religión, por ser tan libre, contrariaba al judaísmo, por lo menos al preponderante, que era una religión del Templo, anclada en una raza y una región, fruto de una tradición y cultura particular. La de Cristo era para todos los hombres y todos los tiempos, excepto que, preñada como estaba de sentido apocalíptico, por la creencia en la inminente parusía, fue una religión contradictoria.
La destrucción del Templo y de Israel por los romanos (en el 70 de nuestra era), dejó sin razón de ser la tradición templo-judaica, y puso de manifiesto que la parusía no sería entonces, por lo que nuestra fe debió vivir la vida, y no sólo esperar lavenida del Mesías. La religión cristiana tuvo que tomar en cuenta el tiempo, olvidar se del fin del mundo, y ser una religión del mundo. Pero a esta convicción no llegó súbitamente, sino que antes pasó por una crisis de identidad, la concepción paulina.
Cristo, tanto como doctrina cuanto como persona, adquirió en Pablo un sentido peculiar; el Cristo histórico no tuvo que ver con el paulino: el cristianismo adquirió así una mayor libertad, pues se convirtió en la religión, libérrima y sin ataduras, concebida por un rabino que deseaba propagar la visión de un Dios universal: una religión desligada definitivamente de las prescripciones de la ley judía, de la tradición judía, del templo judío.
Algunos dudan que Pablo, en su visión, creyera a Jesús consubstancial con Dios, segunda persona de la Trinidad, como fue concebido por la iglesia cristiana. Pero no cabe duda de que el lenguaje utilizado por Pablo para referirse a Dios, a Cristo y a la Iglesia, llevó a las interpretaciones posteriores que, por así decirlo, desarrollaron sus conceptos, para terminar en un Dios trino, una de cuyas personas habría encarnado, Dios y hombre, en Cristo, para constituir una Iglesia que sería su cuerpo, con una realidad orgánica. Fuera como fuere es indudable que Pablo concibió a Jesús como el Ungido (Cristo) por excelencia, mensajero indiscutido de Dios, dotado de poderes inmensos, señor sobre la muerte, pues la resurección de Jesús fue la piedra clave de la fe paulina.
En las comunidades cristianas de Africa del Norte y las de Asia Menor, la creencia en un Cristo-Dios no fué tan plenamente aceptada, el Cristo divinizado sería la fe de la iglesia griega, que, convertida en ortodoxia, logró posteriormente imperar incontestada, cuando la fe cristiana obtuvo aceptación y respaldo imperial, y la secta exaltada a ortodoxia pudo imponerse como fe única y católica, levadura, de paso, de la cultura occidental.
De Pablo al 250 de nuestra era, la religión cristiana se consolidó, difundiéndose, por la atracción que ejerció como religión personal, que tomaba en cuenta las angustias del individuo. Esta religión no era intelectual, ni tan siquiera inteligente: los paganos ilustrados reprochaban a los cristianos su credulidad y la incapacidad para razonar sus creencias, lo que hoy, educados en un cristianismo racionalizado, nos suena increíble.
Conforme la primitiva religión fue dominando, "cristianizó" las costumbres y fiestas paganas: el día de Pedro, en Roma, se celebró el 29 de junio, fiesta de Rómulo, fundador de la ciudad; el día del señor, "dominis die" (domingo), coincidirá con el de la celebración del sol ("Sunday"); Cristo mismo es representado como Sol invencible, etc., etc. La iglesia cristiana acabó convirtiéndose en iglesia oficial, suplantando al paganismo.
A partir del 250 el Imperio padece muchos males: invasiones bárbaras, guerra civil, inflación, control de precios, régimen de coloniaje que vincula a los individuos a su trabajo y tierra, carestía, ruptura de los mercados, pestilencia, decadencia económica. Dentro de este clima la iglesia se hizo, por así decirlo, más imperial que el mismo imperio, pues no se desmoronó, como el estado romano, sino que continuó universal y unitaria. En el 313 Constantino (y su co-emperador Licinio) dictaron el edicto de Milán, por el cual instauraron la "tolerancia completa" para la iglesia cristiana y revocaron todos los decretos anticristianos y persecutorios, probablemente porque ya eran muchos los adeptos a nuestra fe, muy numerosos en todas partes, sobre todo en el ejército y entre las mujeres; los actos de persecución ya eran mal tolerados por la opinión pública. Pero quizás también porque la iglesia correspondía al ideal imperial, pues se había convertido en una fuerza conservadora, estabilizadora.
De la tolerancia pronto se pasó al privilegio, a las exenciones fiscales, a la exoneración de sufragio de las festividades paganas (que era una carga muy costosa, para el pagano acaudalado); un intento de reinstaurar el paganismo, feneció con la muerte del emperador que lo propugnaba (Julián, 361-3), los ricos comenzaron a convertirse a la religión, quizás por lograr ventajas económicas: la burocracia religiosa comenzó a salir de las clases altas paganas, como nos lo muestra las rápidas carreras de los jerarcas eclesiásticos de la época.
Teodosio I (378-395) prohibió el paganismo, con lo que la religión cristiana pasó a ser religión oficial del Imperio. Empezó desde entonces a circular la opinión, inicialmente de Eusebio, obispo de Cesárea (+339), del emperador como sacerdote y rey, la que en la iglesia de Occidente no echó raíces profundas, pero que, dogma o no, es la realidad cotidiana, sobre todo en la iglesia oriental, como lo pone de manifiesto el hecho de que hasta el siglo VIII todos los concilios ecuménicos fueron convocados por el emperador oriental.

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