viernes, 4 de septiembre de 2009

La comunión anglicana.

Como vimos en un capítulo anterior, en la comunidad anglicana aparecen dos modos de vivir la fe cristiana, la llamada "High Church", casi indistinguible del modo católico romano[7], y la "Low Church", más cercana a la Reforma e incluso al protestantismo, dentro de la cual sobresalen los movimientos metodistas, de carácter evangélico.

Estas diversidades no son, con todo y ser tan peculiares, las cualidades extraordinarias del modo anglicano de vivir la fe, pues lo que lo caracteriza es el carecer estas iglesias de pretensiones monolíticas y su renuncia a la imposición de reglas únicas para la vida religiosa, admitiendo las diversidades históricas a que lleguen los individuos, los obispos y las naciones (se trata de iglesias nacionales, aunque entendida la palabra en un sentido muy amplio). La unidad se logra sin requerir de una jerarquía que dirima controversias, bastando, para lograrla, un ligamen de fidelidad, de lealtad, entre los fieles y sus autoridades, así como entre las iglesias. Como tantas cosas inglesas, parecen imposibles al espíritu geométrico, y, no obstante, trabajan admirablemente bien en la práctica; muchos consideran que ello se debe a que el Estado sostiene a estas iglesias y que él suple la cohesión que a su modo de organización le falta; pero, realmente, ninguna de las iglesias anglicanas ha sido mantenida por el Estado, sino por la feligresía y por las posesiones eclesiásticas, no necesariamente adquiridas por munificencia estatal; a lo sumo, en algunas ocasiones se dio que un obispo, no contento con lo que hubiera decidido su diócesis o su sínodo, ocurriera a la vía civil y obtuviera en ella una decisión diversa a la mantenida en la vía eclesiástica. Estas intromisiones de la autoridad judicial no han sido, en general, aceptadas por las comunidades anglicanas, aunque sí toleradas. Al espíritu canonista (geométrico) católico romano estas situaciones pueden parecerle contradictorias, por nuestro arraigado modo de ver cada situación como un caso de "lo que sí, sí; lo que no, no", insostenible si en lugar de creer que las cosas sean negras o blancas, se aceptan los matices multicolores de la realidad.

Con todo, es curioso que muchas de las conversiones anglicanas del siglo XIX, promovidas por el denominado Movimiento de Oxford, se dieron en reacción a ese espíritu de tolerancia y de multiplicidad de puntos de vista, propio de la comunidad anglicana: algunas de las conversiones más sonadas (por ejemplo, la del cardenal Manning (1808-1892), ardoroso defensor de la infalibilidad pontificia en el I Concilio Vaticano), fueron de protagonistas que propugnaron por el monolito romano, con su presea de la infalibilidad pontificia.

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