jueves, 3 de septiembre de 2009

La Reforma Católica.

La Reforma católica, que devendrá en Contrarreforma, precede a los movimientos reformistas que desembocarán en el protestantismo. Ella se dio principalmente en España gracias a un acuerdo entre las fuerzas políticas y las eclesiásticas y, por el dominio español, se extendió a Italia y parcialmente a Francia. El arquitecto de esta revolución fue el confesor de la Reina Isabel, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), arzobispo de Toledo, Inquisidor General (1507), y dos veces regente de Castilla (a la muerte de Isabel en 1504 y a la de Fernando en 1516), conquistador de Orán y reformador de la Iglesia: reformó las órdenes religiosas y el clero secular español y se dedicó especialmente a la difusión de la enseñanza cristiana; fundador de la Universidad Complutense (Alcalá de Henares, hoy Universidad de Madrid) donde reformó la enseñanza de la teología, abriéndola a todas las corrientes del pensamiento (tomismo, escotismo, occamismo y disciplinas humanistas), en lugar de solo a la escolástica; a él se debe la primera traducción moderna de la Biblia al latín, con la magnifica edición de la llamada Biblia Regia, o Biblia Políglota Complutense (1515-17) en hebreo, latín y griego, respaldada por la crítica filológica más avanzada de su tiempo; en 1512 hizo publicar traducciones al castellano de los evangelios, algunas de las epístolas, y algunos Padres de la Iglesia, así como el primer catecismo de que se dispuso en Occidente; es considerado pionero de la sociología religiosa por cuanto impuso reglas adecuadas para cuantificar la vida religiosa, llevando registros regulares y rigurosos de las prácticas sacramentales de cada comunidad parroquial.
El ejemplo español se difundió y reformó, aunque menos decididamente que en España, la práctica católica en algunas regiones de Italia y Francia, como veremos. Sin embargo en Europa, en el mismo año de la muerte de Cisneros (1517), explotó la rebelión de Lutero, cuya reforma centrífuga habría de desgarrar la Cristiandad en lugar de consolidarla, como pretendía la reforma de Cisneros. Este magno acontecimiento, el protestantismo, obligará a posponer el desarrollo de la Reforma católica, la cual será condicionada por la protestante y resultará por ello en Contrarreforma, no sin antes señalar que, -donde se dio la reforma católica según el modo de la de Cisneros-, no echaría raíces la reforma protestante, pues, desde el punto de vista religioso, la reforma católica era más avanzada.

La reforma católica, inicial o pre-tridentina, es decir, anterior al Concilio de Trento, tuvo un carácter bastante diferente del que adquiriría posconciliarmente: era de mayor tolerancia y amplitud de la que luego tuvo, aceptaba en principio muchas de las peticiones iniciales del protestantismo; la reforma católica, de haberse dado con las características preconciliares habría resultado en una Iglesia católica o romana muy semejante a la que volvió a florecer después del II Concilio Vaticano. Las áreas de compromiso, que probablemente habrían limado las asperezas con el protestantismo eran: el celibato eclesiástico, la celebración de los ritos en lengua vernácula en lugar de en latín, el otorgamiento de las indulgencias sin compensación económica, la eliminación del régimen fiscal eclesiástico (diezmos, derechos feudales, venta de indulgencias, anatas, servitia, espolios, etc.), y acabar con la dispensa de obligaciones eclesiásticas concedidas por la curia a los religiosos, obispos y párrocos; la eliminación del absentismo de obispos y párrocos de sus diócesis y parroquias, la impreparación del clero y la reforma de las ciencias teológicas; la traducción de los libros sagrados a las lenguas vernáculas y la lectura de ellos por todos los fieles; el gobierno de la iglesia con una intervención mayor de los concilios; poner coto a la burocratización y centralización de la administración eclesiástica en la curia y al estilo profano de vida de esa curia; acabar con el inmenso poderío económico de la Iglesia, sus monasterios y los príncipes eclesiásticos (obispos), y con la intromisión de la Iglesia en el gobierno político, por su poderío, el de sus monasterios y obispos. Este ambiente de apertura se mantuvo hasta 1542, fecha en que se impuso una corriente reaccionaría, que caracterizaría al Concilio de Trento; según Johnson (traduzco libremente):
Hasta 1542, como lo revelan los consistorios secretos, muchos cardenales habrían estado dispuestos a aceptar las demandas protestantes respecto al matrimonio de los clérigos, a la comunión bajo ambas especies, a la traducción de las escrituras a las lenguas vernáculas, a la doctrina de la justificación por la fe, a los días de guardar, a los ayunos y a muchos otros puntos polémicos. Un concilio convocado sobre tales premisas, y al que asistieran los protestantes, habría reducido el poder papal. Pero no se tuvo dicho concilio. Después de 1542 hubo, en efecto, un movimiento hacia la derecha en Roma. (p.298)
La esencia de la Contrarreforma, por consiguiente, fue el podería español. No fue un movimiento religioso. No tuvo un programa específico, excepto el negativo de desarraigar el "error" protestante. No implicaba una sustancial reforma de la Iglesia ni incorporaba un cambio de actitud por parte del papado. (ibídem)[2].
No es aventurado sostener que la reforma católica preconciliar habría terminado en una práctica religiosa cercana a la contemporánea, considerados los intentos de reforma anteriores al Concilio de Trento, es decir, hasta que la Iglesia romana, como tal, reaccionó oficial y reaccionariamente ante a la reforma protestante. Los movimientos de reforma católicos fueron de dos clases, unos generales, es decir, "internacionales" porque afectaron a instituciones que existían o gravitaban sobre todas las naciones, como por ejemplo el papado y las órdenes monásticas y religiosas; otros nacionales, propios de la Iglesia de cada uno de los países europeos. Comencemos por los generales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario