viernes, 4 de septiembre de 2009

Nacimiento del mundo contemporáneo.

[3] en que racionalismo y escepticismo descansaban. Así que, a la postre, quizás el nuevo orden favoreció alguna vuelta al cristianismo, tanto en lo político como en lo intelectual; en lo político porque todas las comunidades cristianas fueron eficientes maquinarias para orientar la opinión pública y organizar a los votantes, por lo que los políticos se vieron obligados a tomarlas en cuenta de una manera que antes habría sido imposible concebir. En lo espiritual porque, ante la insuficiencia de las alternativas al cristianismo, éste se robusteció y fue validado por la esterilidad de los intentos de suplantarlo. Incluso en Hispanoamérica donde la corona española y la portuguesa deliberadamente tratan de sujetar el catolicismo a la autoridad civil, se da la paradoja de una guerra de independencia promovida por los clérigos, para mantener los derechos que la metrópoli pretendía negar a la iglesia; el caso de México es el más evidente, con la rebelión del cura Hidalgo y una inmensa clerecía, en Dolores (16 de setiembre de 1810), contra el gobierno anticlerical español.
Pero la nueva sociedad era harto diversa de la sociedad medioeval, la renacentista y la barroca; los nuevos polos del actuar social son la burguesía, con raíces ancestrales en la baja Edad Media y el Renacimiento, pero más fincada ahora en lo industrial que en lo mercantil y financiero; y los nuevos protagonistas, hasta el siglo XVIII inexistentes, serán los obreros. En efecto, obreros no los hubo sino a partir de la Revolución Industrial, pero estos recién llegados ya predominaban en las sociedades europeas durante el siglo XIX. Ni su moral ni sus creencias correspondían al cristianismo tradicional, y éste se encontró incapacitado para atender sus necesidades, a cuyo encuentro no podía llegar desde una organización agraria y de estamentos, como la de las iglesias cristianas tradicionales.
Algunas iglesias protestantes se plantearon seriamente, creativa e imaginativamente, la nueva situación, que consistía en que las masas urbanas abandonaban la predicación usual y no asistían ya a la iglesia parroquial, ni participaban de las celebraciones religiosas. Aparentemente se dijeron, "si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña" y se fueron a predicar dónde y cómo las nuevas circunstancias lo exigían. Estos han sido los movimientos llamados evangélicos, cuyos fieles "vuelven a nacer" (revival), motivados por predicadores laicos que hablan en grandes salas abiertas a todo público, en las esquinas transitadas, o desde bailes y conciertos aparentemente militares, como el Ejército de Salvación (1878); métodos todos vistos de menos por las iglesias establecidas, que nunca quisieron confundirse con este nuevo modo de alcanzar a los separados de la fe o a los tibios en ella; los metodistas y los baptistas fueron particularmente exitosos en Estados Unidos; Guillermo Booth (1829-1912) y su esposa Catalina fundan en Inglaterra una secta conocida como Ejército de Salvación, para predicar en las calles, que alcanza difusión universal a finales del siglo. Todos estos movimientos acabaron separándose de las Iglesias Reformadas tradicionales (luterana, calvinista y anglicana), creando nuevas formas de vida religiosa, interesadas principalmente en la conversión individual y casi nada en el ordenamiento eclesiástico que tanto preocupaba a las iglesias tradicionales.

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