jueves, 3 de septiembre de 2009

Consolidación de la Iglesia Romana.

Durante los seis siglos de este lapso lo que más llama la atención, y es lo que usualmente se recalca en las crónicas, es la consolidación del Pontificado Romano, que pasa a ser, -exagerando-, el gobierno de la Cristiandad latina, mucho más que los mismos gobiernos civiles y convertirá a la Iglesia más en autoridad política que espiritual. Esta confusión se debió en gran parte a que la autoridad civil había tomado para sí, desde la oficialización del cristianismo, las funciones religiosas: al Emperador correspondía el título de Vicario de Cristo, y no es sino hacia el 1150, que el Pontífice romano lo rescata para su sede, poniendo así en evidencia su supremacía en lo religioso (el Patriarca oriental nunca ha sido Vicario de Cristo, título que en Bizancio pertenece al Emperador); hasta aquí todo habría estado bien, pero fue inevitable que las cosas fueran más allá y pretendiera que la autoridad del Emperador provenía de la Iglesia, pues, según la teoría del Bonifacio VIII en su bula UnamSanctam (1296) habría dos espadas en la sociedad cristiana y:
Ambas están en poder de la iglesia, la espada espiritual y la material. La última debe ser empleada para el bien de la Iglesia, la primera por la Iglesia misma; la primera por el sacerdote, la última por reyes y capitanes, pero según la voluntad y con la autorización del sacerdote. Una espada, consecuentemente, deberá estar bajo la otra, y la autoridad temporal sujeta a la espiritual... (cfr. Denzinger, 469).
De esta unidad espiritual, de la sujeción a una única Iglesia, nació la idea de Europa como una unidad, reforzada aun máspor las guerras santas ("cruzadas") que promovió la Iglesia, las cuales sembraron la semilla de un imperialismo, hasta entonces no tan claramente sentido por la conciencia europea.
En lo estrictamente religioso la centralización de la administración eclesiástica, reitero, fue obra monástica, impulsada por el deseo de los monjes de que los clérigos realmente vivieran el ideal cristiano, y debe recalcarse, los clérigos, no todo el pueblo cristiano, aunque las órdenes mendicantes, a partir del siglo XII se entregarán a la tarea de convertir al pueblo minuto y no sólo a la clerecía. La centralización se logró mediante la creación de una burocracia eclesiástica (la curia romana), para dilucidar querellas eclesiásticas, puestas bajo su jurisdicción, así como mediante la creación de universidades en las que se formaron los profesionales que se harían cargo de estos menesteres y mediante una sistemática disminución de las potestades y jurisdicción de los obispos, quienes, -para todo fin práctico-, perdieron su independencia, sin que de esto deba concluirse que pasaron a ser obedientes siervos del Pontífice, pues el gobierno civil, en sus continuas luchas con el eclesiástico, centró sus contiendas precisamente en lo de a quién estaría sujeto el obispo, si a la autoridad eclesiástica o a la civil, la llamada lucha de las investiduras, cuya lógica se halla en que el obispo era tanto autoridad religiosa como civil. A fin de cuentas las iglesias cristianas quedarán sujetas, en realidad de las cosas, a los poderes civiles, como será evidenteen la Reforma, que a fin de cuentas consistió en la creación de iglesias nacionales que suplantarían a la universal: la capitis deminutio, la depreciación del obispo es resultado irrefutable. En la Iglesia romana pasa a ser lo que es hoy en día, un mero burócrata dentro de una regimentada estructura burocrática, en lugar del sucesor de los apóstoles, patriarca y señor último de las cuestiones religiosas de su diócesis. Con todo, al madurar la época, comenzó una resaca que trataría de corregir las cosas, los movimientos conciliares, que intentaron lograr que los obispos gobernaran la Iglesia, mediante los concilios, lo que se alcanzó en las iglesias protestantes, pero no en la Iglesia Romana, que continuaría como un monolito centralista, hasta nuestros días.
En este período la Iglesia romana, que equivalía a la Cristiandad latina, acumula un gran poder, y a la vez lo pierde; sojuzga al poder civil, y es sojuzgada por él; se asienta sobre la independencia que, -como señor feudal-, deriva de sus posesiones en Italia, y es llevada al destierro de Aviñón o manipulada por la aristocracia romana. Sus escuelas catedralicias florecen en universidades, y desde las universidades es tanto decantada la teología y convertida en verdadera ciencia, como cuestionada la autoridad religiosa en forma hasta entonces desconocida, desde la aurora de la Cristiandad, cuando estuvo a merced de la crítica ilustrada de los paganos.
De todo este crecimiento resultarán características externas e interiores: sin importar quién hubiera sido el triunfador si la Iglesia o el Imperio, la Iglesia se independiza casi totalmente del poder y las influencias civiles; los papas son electos por los cardenales, quienes son funcionarios nombrados por el mismo pontífice, éste se convierte en tribunal de última instancia en la mayor parte de las cuestiones civiles, concebidas como religiosas (legitimación de los soberanos, derecho de familia, administración de los sacramentos, canonización de los santos, etc.). En lo interior, que es lo más importante, se da una maduración de la concepción de Dios y de su Ungido y una devoción moderna centrada en Cristo, por donde se abandona la práctica cristiana hierática de la alta y parte de la baja Edad Media: la religiosidad dejará de ser liturgia de clérigos y adoración de reliquias, para convertirse en un "vivir como Cristo" y no Cristo de cualquier forma, sino crucificado.

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