viernes, 4 de septiembre de 2009

El Jansenismo.

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Aunque es pobre definición, podríamos decir, en una primera caracterización, que el jansenismo es un catolicismo calvinista, o puritano. Estos heterodoxos disparan desde las propias líneas, pero comparten ideales comunes, aunque los corrompan con sus modos extremistas de ver ciertos particulares; son fieles que buscan ardorosamente la santidad, quizás hasta más ardorosamente que los demás.
El cristianismo tiene una exigencia descomunal, aquél ¡Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto! (Mateo, 5, 48) ante la que toda alma sincera se siente impotente; impotencia de donde dimanan diversas racionalizaciones (justificación por sólo la fe, predestinación, etc.) que pretenden descubrir caminos en que nuestra deificación sería posible, porque resultante, exclusivamente, de la omnipotencia divina.
El jansenismo es una de estas heterodoxias atribuida a Cornelio Jansen (o Jansenio, 1585-1638)[4] , predicada por Pasquier Quesnel (1634-1719), el jefe de esta herejía, Antonio Arnauld (1612-1694), su principal teólogo, y Blas Pascal (1623-1662)[5], matemático, físico y filósofo eminente. En el jansenismo encontramos la exigencia de una moralidad estrictísima (el ser perfectos con la perfección de Dios); la constatación de que una tal conducta está más allá de lo que el hombre puede y que, consiguientemente, se logra sólo por la gracia de Dios, luego sólo lo que procede de la fe cristiana por virtud de la caridad es bueno, todo lo demás pecado; la gracia es una gracia avasalladora que actúa incluso en contra de nuestra voluntad, de donde se sigue la doctrina de la predestinación de los santos, que lo serían por la omnipotencia de Dios, y la consiguiente aseveración de que Cristo no es salvador universal, sino sólo de los elegidos: Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que Tú me has dado, porque son tuyos. (San Juan, 17, 9). Nada, sino impotencia, le queda al alma que ha perdido la gracia, no obstante, todos los que Dios quiere salvar por Cristo, se salvan infaliblemente (Denzinger, 1380), lo que Quesnel resume en su
La voluntad no prevenida por la gracia, no tiene ninguna luz, sino para extraviarse; ningún ardor, sino para precipitarse; ninguna fuerza, sino para herirse; es capaz de todo mal e incapaz para todo bien. (Denzinger, 1389)
Blas Pascal (1623-1662) es simpatizante del jansenismo y adversario decidido de los jesuitas, enemigos principales de los jansenitas; más que por sus escritos piadosos traigo a colación la figura de este hombre de ciencia por ser su vida paradigma de aquellos tiempos; Pascal tuvo una visión (su segunda conversión), que duró dos horas, siendo una experiencia en que hicieron parte el fuego, la alegría, la certidumbre, la paz y un profundo sentimiento de unión con Cristo; a raíz de esta experiencia nació en él la convicción de que el sendero para llegar a Dios no era por la filosofía, como hasta entonces había intentado, sino por la religión; superó sus anteriores posiciones de escepticismo y de estoicismo y se entregó al cristianismo, ingresando como laico, en 1655, al convento (jansenista) de Port Royal, en que profesaba su hermana Jacqueline. Al final de ese año la Sorbona condenó por herejía a Arnauld, abad del convento, y Pascal respondió a la condena en dieciocho célebres cartas, publicadas sucesivamente y conocidas como Cartas Provinciales. Posteriormente habría de escribir una obra en defensa de la fe cristiana, que vio luz póstumamente con el nombre de Pensamientos, y la cual está libre de jansenismo. Para Pascal la vida humana es una contradicción insuperable, el hombre es mayor que el Universo pues tiene conciencia de sí y aquél no, pero es, no obstante, una infinita nada, apresado entre su bestialidad y su posibilidad de grandeza; para esta contradicción no existe vía racional de escape, sin embargo no todo está perdido porque a la par del espíritu geométrico, que es el del razonamiento, existe un esprit de finesse (espíritu de agudeza), capaz de intuir las cosas directa y exhaustivamente, refiriéndose al cual acuñó su célebre dicho el corazón tiene razones que la razón no comprende, Dios debe ser sentido por el corazón más que conocido por la razón, es decir, conocido intuitivamente y no deductivamente; pero esto todavía sería insuficiente pues por la vía natural llegaríamos, en lo que a Dios respecta, sólo al ateísmo o al deísmo[6], y esto es así porque se trataría de alcanzar lo infinito desde la propia finitud y a lo más que nos puede llevar la razón es al convencimiento de la necesidad de la religiosidad; esto lo deduce mediante su famoso dilema del apostador, en donde establece que conforme al cálculo de probabilidades, si me encontrare frente al dilema de afirmar o negar a Dios, debo afirmarlo, pues incluso si esa afirmación fuera falsa, nada perdería, pero lo perdería todo si, negándolo, existiera. Apostando por la existencia de Dios, pues, tenemos todo que ganar y nada que perder, y de esta manera habremos despejado la vía para iniciar una vida cristiana, en que viviremos en nuestra vida la vida de Dios. Pero este segundo paso lo lograremos sólo por la fe y la gracia divina, no por nuestras fuerzas (ni las racionales ni las intuitivas).

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