viernes, 4 de septiembre de 2009

El espíritu prevaleciente en la sociedad civil.

Concomitantemente con la vigorosa difusión universal del cristianismo, se da un fenómeno contrapuesto entre las clases gobernantes europeas, las cuales se apartan radicalmente del cristianismo, a punto tal que, a partir del siglo XVIII, para todo fin práctico, la intelectualidad europea no será creyente y se habrá convertido a planteamientos filosóficos en los que la religión cristiana no encuentra lugar; todo lo contrario, la religión es concebida como una institución que debe ser manipulada en interés del Estado, razón por la que, excluidos los Estados Pontificios, todas las confesiones cristianasquedan sujetas a la espada, de una manera u otra; ya no impera la religión, sino la "razón de estado". La misma Iglesia católica, que gozó de mayor independencia por ser tanto Iglesia como Estado, busca alianzas con el poder temporal fuera de su territorio político, de las que sale en general disminuida y tansformada en una especie de dicasterio gubernamental, en cada uno de los países católicos; o apenas tolerada, pues lo fue poco a poco, en los países protestantes.
Esto en lo político. En lo filosófico las cosas andaban igualmente mal para una civilización espiritual y cristiana, pues la filosofía se independizó totalmente de la teología y se constituyó en disciplina autónoma y, por así decir, autosuficiente. En Inglaterra, desde el siglo XVI, un cristiano sincero, Francisco Bacon de Verulanio (1561-1627), precursor del positivismo, puso las bases de la incredulidad posterior, con su fe en que la ciencia nos haría superar las consecuencias del pecado original; por igual senda camina Isaac Newton (1643-1727), también fervoroso cristiano, pero para quien el Creador era más una realidad matemática inteligible que un misterio inefable; pero será con Juan Locke (1632-1704) que el viraje hacia la indiferencia religiosa comienza, ya que para Locke no existen ideas innatas, sino que nuestra mente es una tabula rasa en la que es la experiencia la que escribe y es de ella, y sólo de ella, de donde procede todo lo que nuestra mente es; tenemos la posibilidad de crear cuantas ideas complejas se nos ocurran, pero para las ideas simples somos enteramente pasivos y dependemos de la experiencia.
Escepticismo, empirismo y racionalismo, son las tres corrientes filosóficas principales de la época; todas divergen del cristianismo tal como se había entendido en la Edad Media, y campearán en el mundo intelectual europeo durante estos dos siglos: el escepticismo o pirronismo difundido en Europa continental por Miguel Eyquem de Montaigne (1533-1592) con sus Ensayos; en Inglaterra serán Juan Locke (1632-1704) fundador del empirismo de quien ya hemos hablado, y David Hume (1711-1776), empirista, fenomenista, negador de la causalidad y del yo individual (lo que implicará negar la inmortalidad del alma), fue uno de los difusores más poderosos del escepticismo. El escepticismo será, pues, consecuencia de la filosfía empirista, en la cual no se puede garantizar la validez de las generalizaciones, ni de los primeros principios, más que como fenómenos lingüísticos. En el continente la filosofía seguirá una marcha contraria, la del racionalismo, gracias a Descartes, quien partirá de una posición opuesta, la capacidad de la mente humana para conocer a priori los conceptos, así como la realidad ontológica de éstos; a pesar de que los principales exponentes del racionalismo fueron profundos cristianos, las corrientes escépticas, empiristas y racionalistas llevarán a una concepción enteramente autónoma de la espiritualidad humana, en la que Dios, y por supuesto Cristo, resultarán una hipótesis innecesaria. A lo sumo susbsistirá un Dios como el motor inmóvil de la antigüedad griega, puro principio requerido, por así decir, para justificar un sistema filosófico, pero que nada tiene que ver con el Dios providente de los cristianos, ni con la salvación, ni con el Salvador.
Esta crisis del cristianismo entre las clases gobernantes e intelectuales, no llega al pueblo, que cada día vive más intensamente su piedad y religión.

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