jueves, 3 de septiembre de 2009

Vicisitudes político-militares de la Reforma.

Durante el lapso en estudio las vicisitudes políticas y militares fueron muchas, y se puede decir que la reforma protestante efectivamente comenzará en Wittemberg en el 1521-2.
Karlstadt, el teólogo colega de Lutero en la universidad, pero mucho más radical que Lutero jefeó una revolución de estudiantes y campesinos que impondría la reforma, por vez primera en una comarca alemana.
La circunstancia fue posible por la llegada, en 1521, de cabecillas anabaptistas desterrados de Zwickau; los anabaptistas pretendían transformar totalmente el orden social y se unieron en Wittemberg a los estudiantes, se dedicaron al saqueo y a subvertir el orden social, imponiendo una revolución total: abolieron los estudios y obligaron a los estudiantes a aprender oficios manuales y a los obreros a predicar el evangelio; se eliminó el culto público, la misa, la confesión, las vestiduras eclesiásticas y los ayunos. Lutero se apersonó, de incógnito, en Wittemberg para tratar de calmar los ánimos, pero infructuosamente; regresó a Wartburgo y escribió a los revoltosos su Exhortación leal a guardarse de la sedición, para tranquilizar la revuelta, también infructuosamente.
Entonces decidió presentarse pública y personalmente, y con su carisma puso orden, haciendo suyas muchas de las reformas de los revoltosos, y así se tuvo el primer esquema de lo que sería el culto reformado: eliminación de la misa privada, la confesión, los ayunos y el celibato de los clérigos; se alentó a que los clérigos y monjas a abandonar los monasterios y a contraer matrimonio, incentivo que aparentemente hizo muy atractiva la reforma entre muchos eclesiásticos. El Emperador, entre tanto, tenía cosas más urgentes entre manos, como era guerrear contra Francia; en 1522-3 tiene lugar la Dieta de Nüremberg en la cual el papa Adriano VI presenta lo que hoy llamaríamos una autocrítica y reconoce claramente la necesidad de reforma de la curia romana y su voluntad de llevarla a cabo de inmediato, pidiendo que este reconocimiento de reforma no fuera pretexto para no aplicar lo estatuido en la Dieta de Worms, es decir, que no se cejara en la lucha del poder civil contra el protestantismo. Nada concluyó esta Dieta.
A la muerte de Adriano VI subió al trono pontificio Clemente VII (1523-1534), Julio de Medicis, quien tenía intereses contrapuestos a los del Emperador, cuya autoridad y poderío deseaba limitar, para aumentar los del pontífice. Las peticiones de este pontífice ante la segunda Dieta de Nüremberg (que se aplicara con eficacia lo resuelto en Worms y se erradicara el protestantismo) resultaron asimismo inconcluyentes. Como nada lograba el papa creyó oportuno crear una liga de los príncipes católicos, para enfrentar a los protestantes; en realidad fueron dos las ligas, pues otra se creó al año siguiente, las alianza de Ratisbona en 1524 y la liga de Dessau en 1525. De todo esto lo que resultó fue una reacción de los príncipes protestantes, quienes en 1526 establecieron la liga de Gotha-Torgau para mutua defensa: la polarización de la situación religiosa se acentuaba paso a paso.
Clemente VII, llevado por intereses políticos tuvo la malhadada idea de constituir la Santa Liga de Cognac (mayo de 1526) entre Roma, Francia y Venecia para oponerse al Emperador. Los nobles protestantes envalentonados por la presumible escisión de las fuerzas católicas, se aprovecharon y en la Dieta de Espira de 1526 obtuvieron el derecho de reformar y pudieron entonces organizar las iglesias territoriales, con lo que la reforma protestante quedó definitivamente consolidada.
En 1527 Carlos V tomará y saqueará Roma; en 1529 se reconciliaron los príncipes de la cristiandad y en 1530 Carlos V fue coronado Emperador, en Bolonia, por Clemente VII.
El Emperador, robustecido, logra en la Dieta de Espira de 1529 derogar los poderes que los príncipes protestantes habían conquistado, y volver las cosas al estado que tenían en la Dieta de Worms, prohibiéndose la difusión de la reforma hasta que se convocase un concilio; es en esta Dieta que los disidentes presentarán una "Protestación", por donde serán llamados "protestantes". En la Dieta del año siguiente, en Augsburgo, presentaron los luteranos una confesión de fe redactada por Melanchton, la confessio augustana, que consta de 28 artículos, los 21 primeros fijan las doctrinas luteranas y los 7 siguientes los abusos católicos; la posición no era radical, sino que Melanchton estaba anuente a transar, con tal de llegar a un acuerdo, sin embargo Lutero impidió toda transacción, girando instrucciones al respecto desde Coburgo, donde se hallaba: otra oportunidad de conformidad se perdía y lo que empezó como un acercamiento acabaría aumentando el distanciamiento. Además de la confesión luterana se presentó otra zwingliana y la tetrapolitana de cuatro ciudades alemanas, pero no fueron tenidas en consideración. Se formó una comisión para que estudiara la confesión augustana, Melanchton formó parte de ella y quizás fue el único que honesta y realmente deseaba una conciliación de la Cristiandad, no así católicos y protestantes: se rechazó la confesión y se ordenó a todos volver a la Iglesia de Roma, se prohibió la difusión de la reforma y se obligó a devolver a la Iglesia católica los bienes que le hubiesen sido confiscados. Pero todo fue letra muerta.
En 1531 el archiduque Fernando, hermano de Carlos V, fue electo rey de romanos y por ende heredero de la corona imperial, esto provocó una reacción de los príncipes protestantes (Sajonia, Brunswick, Hessen, tres príncipes menores y 11 ciudades; posteriormente se añadieron otras regiones), que formaron la Liga de Esmalcalda. La Liga pronto entró en relaciones con los enemigos del Emperador (Inglaterra, Francia, etc., e incluso, como de costumbre, el papa Medicis, Clemente VII). En 1532 el turco Solimán el Magnífico sitia Viena y esto obliga a Carlos V a obtener la ayuda de todos los príncipes cristianos; los príncipes protestantes ponen como condición que se suspendan las decisiones tomadas por la Dieta de Augsburgo, el Emperador llega así en julio de 1532 al llamado compromiso o paz religiosa de Nüremberg que suspende las decisiones dichas y tolera las innovaciones protestantes, hasta que un concilio decida en definitiva.
A la muerte de Clemente VII, lo sucede Pablo III (papa del 1534 al 1549), quien sí tuvo interés sincero en convocar a un concilio que sacara del brazo civil las cuestiones religiosas que correspondía resolver al poder eclesiástico. El legado pontificio se entrevistó con Lutero en 1535 y dio plenas seguridades a los teólogos protestantes que asistieran y aparentemente logró la anuencia de Lutero de formar parte de un concilio que él mismo había clamado se celebrara. El concilio fue convocado para 1537 en Mantua, sin embargo los miembros de la Liga de Esmalcalda se negaron a participar, pretendiendo realizar un sínodo de los religiosos protestantes. Este sínodo produjo los llamados artículos de Esmalcalda, donde se aprobaron 23 artículos que consituyen la fe protestante, redactados personalmente por Lutero y más alejados de la confesión católica que los presentados por Melanchton en Augsburgo: posteriormente esta confesión será tenida por la auténtica profesión de fe de la iglesia luterana.
En 1538 el Emperador logra un acuerdo con los príncipes protestantes para combatir a los turcos y como parte de él se celebrarán varios Coloquios religiosos para definir los destinos de la reforma. En estos coloquios tomaron parte teólogos católicos y protestantes y dos legados pontificios. Después de trabajosas sesiones se logró un cierto acuerdo sobre el pecado original, la libertad humana, y se avanzó algo sobre la justificación; pero las conclusiones no fueron aprobadas ni por Lutero ni por el papa. El Emperador, por su parte, estaba anuente a la comunión bajo ambas especies y al matrimonio de los clérigos. No hubo acuerdo sobre el concepto de la iglesia, la eucaristía y la jerarquía. Al Emperador, a quien apremiaba un acuerdo para poder lograr el consenso necesario para obtener ayuda protestante contra los turcos, puso fin al coloquio por su propia autoridad mediante el llamado Interim de Ratisbona (julio de 1541) que renovaba el compromiso de Nüremberg y promulgaba los puntos en que había habido acuerdo en los Coloquios.
El Emperador se vio en los años siguientes comprometido en guerras en Argel (1541), con los turcos (1542) y contra Francia (1542-44), sin poder dedicar atención particular a la situación protestante, lo que fue aprovechado por la confesión para difundirse más en Alemania.
En la Dieta de Espira de 1544, para obtener la colaboración de los príncipes protestantes, Carlos V hubo de hacerles concesiones adicionales, lo que provocó la protesta del papa Pablo III por considerar que el Emperador extralimitaba sus facultades. En 1545, después de la paz de Crespy con Francia y de la tregua con los turcos, Carlos V puso en regla los asuntos urgentes y pudo dedicarse nuevamente a la situación alemana: anunció la convocatoria al Concilio de Trento para marzo de 1545, pero los protestantes no aceptaron participar; por entonces Lutero se había apartado más y más del catolicismo y empecinado a punto tal que la unidad cristiana parecía importarle poco. Estas circunstancia convencieron al Emperador de que sólo por la fuerza podía resolverse el impasse, máxime cuando los protestantes rechazaron incluso participar en un Coloquio a que llamaba la Dieta de Ratisbona de 1546. En esta Dieta Carlos logró atraerse algunos príncipes protestantes (Sajonia, Brunswick y Küstrin), pero no tuvo necesidad de declarar la guerra, porque la declararon los protestantes, que invadieron las posesiones de Brunswick a lo que Carlos contestó con la proscripción imperial: sometió Würtemberg y algunas ciudades del sur y derrotó definitivamente a los protestantes en la batalla de Mühlberg en abril de 1547. No aprovechó la victoria para despedazar al enemigo, sino que se conformó con un confinamiento limitado de sus jefes, hasta 1552; la Liga de Esmalcalda terminó, pero no la escisión de la Cristiandad; a raíz de esta guerra volvieron al catolicismo Colonia y Schaumburg.
Definir la cuestión religiosa se dejó enteramente a cargo del Concilio de Trento, que ya estaba reunido. Por razón de la peste en Trento el Concilio fue trasladado a Bolonia, es decir, pospuesto, con lo que no iba a resolver, con la celeridad que el Emperador deseaba, la situación religiosa. Carlos decidió entonces tomar las cosas en sus propias manos, precisamente en la Dieta de Augsburgo de 1547-8, donde teólogos católicos y protestantes convinieron una fórmula llamada Interim de Augsburgo, la cual fue considerada por la Iglesia católica como adecuada en cuestiones dogmáticas, pero excesiva en las concesiones que hacía al protestantismo: esta fórmula fue adversada por tirios y troyanos, se aplicó en algunos territorios pero siempre tuvo la aversión abierta de Roma.
Julio III, que fue papa del 1550 al 1555 convocó por segunda vez al concilio de Trento, para 1551, y Carlos V que confiaba en el concilio para llegar a una inteligencia con los protestantes consiguió de estos la promesas de enviar representantes. Todo iba para bien cuando intempestivamente Mauricio de Sajonia, príncipe protestante hasta entonces colaborador de Carlos, en marzo de 1552 se alzó contra el Emperador y lo sitió en Innsbruck para tomarlo preso. Enseguida estalló la guerra y a consecuencia de ella se suspensió el Concilio de En junio de 1552 se llegó a una tregua entre Fernando, hermano del Emperador, y los príncipes protestantes, la llamada transacción de Passau, que suspendió el Interim de Augsburgo y aseguró a los protestantes el libre ejercicio religioso, hasta la próxima Dieta imperial que se reuniría al año siguiente, lo que no fue posible por nuevas guerras contra Francia y contra los turcos. Entre tanto, también, Carlos V abdicó y se retiró al monasterio del Yuste para pasar sus últimos días, encomendando a su hermano Fernando el Imperio y a su hijo Felipe, España.
La Dieta se celebró finalmente en Augsburgo en 1555 y en ella se estableció la paz de Augsburgo que consolidó definitivamente el protestantismo, estableciendo que los diversos territorios seguirían la religión de su príncipe (cuius regno, eius religio). Quedó así establecida la división religiosa y la completa libertad de la confesión católica y la protestante en el Imperio. Si el espíritu de intolerancia no permitía la unidad cristiana, al menos habría paz entre los príncipes cristianos. Desgraciadamente no habría de ser así.

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