viernes, 4 de septiembre de 2009

La vida familiar y el matrimonio.

Las normas de convivencia familiar, de crianza y educación de los hijos, conformes, en la Iglesia romana y casi todas las confesiones occidentales, con el patrón de familia celular, se ven hoy en día erosionadas por la familia atomizada, donde no existe realmente ningún núcleo de referencia estable, sino una convivencia intermitente y superficial, gracias a que sus miembros son educados por gentes e instituciones ajenas a la familia (guardería, Kindergarten, escuela infantil, colegios y universidades residenciales), quedando como contacto con la familia, si acaso, los desayunos, algunas cenas, o los días de descanso, ocasiones en que poco se habla y profundiza en los intereses y afectos familiares; hoy en día somos educados con y por gentes ajenas a nuestra propia sangre y estas costumbres y mentalidad han sido asimiladas por la mayoría de las confesiones cristianas norteamericanas y europeas; es probable, entonces, que sean difundidas al resto de la cristiandad, luyendo el tegumento que arracima la célula básica social. Por ello, no es de excluir que la difusión del cristianismo conlleve una maldición, indetectable e implícita, para sociedades con otra institucionalidad, como otrora sucedió con la difusión de la viruela por los europeos, al ponerse en contacto con los indios americanos, o de la peste bubónica con que decimaron los asiáticos a los europeos al inicio de nuestra era.

Lo que Dios unió, no lo separe el hombre (Mateo, 19, 6); en los versículos siguientes a éste, queda bien claro que Jesús promulgó la indisolubilidad del matrimonio y, como consta en otros párrafos evangélicos, la fidelidad conyugal total, pues con el solo pensamiento se la conculca. No obstante, es también claro que las iglesias constatan cada día más irregularidades en el matrimonio cristiano, tanto que pareciera que los matrimonios unidos por Dios, son más bien la excepción que la regla... y que casi todo matrimonio católico es anulable, es decir, inexistente desde el principio. La práctica cotidiana de la iglesia romana en los Estados Unidos de Norte América, así lo pone de manifiesto, pues allí con gran facilidad se logra que se declare nulo el vínculo.[9] Esta praxis conducirá, conforme se desarrollen los hechos, o a una separación de la iglesia norteamericana de la de Roma o a una modificación de la doctrina sobre la indisolubilidad matrimonial, precisando mejor el sacramento y poniendo de manifiesto que la mayor parte de los matrimonios católicos son contratos civiles, pero no sacramentos, por no estar unidos por Dios. Se dará así, quizás, un "retroceso" y volveremos a lo que debe haber sido la costumbre en la antigüedad, cuando muchos de los cristianos quizás no se unían en matrimonio, sino que vivían en concubinato (costumbre que debe de haber sido, posteriormente, bastante común entre la clerecía, desde que se decretó el celibato eclesiástico); por ello los "matrimonios por contrato" (convenios de vida en concubinato) no serían tan contrarios a la "costumbre cristiana" como les parecen a quienes los repudian por adversar la "civilidad cristiana", la cual es un valor que poco vale, por tener tan poco de cristiana, salvo su apelativo.

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