jueves, 3 de septiembre de 2009

El cristianismo cotidiano en la Alta Edad Media.

Si la sentencia joanita (I Juan, 4, 9-10) lleva razón cuando conmina: "Si alguno dice 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve", entonces la Alta Edad media fue todo lo que se quiera... menos cristiana. A lo sumo, y con mucha benevolencia, podríamos concederle que fue un lapso de hibernación, durante el cual se conservó la semilla, como muerta, pero todavía con vitalidad para retoñar en el futuro.
La crueldad, la rapacidad, la falta de respeto por el hombre de esta edad es increíble; quien desee conocerla más a fondo lo podrá hacer con provecho leyendo la obra de G.G. Coulton, ("The Medieval Village"), obra que, aunque se refiere a una época posterior (en general del siglo XII en adelante), en que las condiciones habían mejorado para el común de las gentes, muestra cuán inhumanas eran todavía: la vida cotidiana continuaba siendo una noria de rapacidad, desprecio por la dignidad humana, desordenado amor por la violencia, el homenaje, el status. Los señores, viles y zafios, preocupados solo por su honra; los demás, esclavos sin derecho alguno sobre sus cosas y personas.
La inmensa mayoría de la humanidad vivía en servidumbre, sin propiedad sobre nada, pudiendo sus señores disponer de sus cuerpos, de los de sus hijos, de sus haberes, a su solo capricho. Con respiros sólo cuando, por la pestilencia y las guerras, escaseaba la mano de obra y el señor debía conceder "libertades" a sus siervos, para poder disponer de brazos que labraran las tierra de su señorío.
La Iglesia, inmenso señor feudal, dueña de vastísimos latifundios, no se comportaba de modo distinto que el señor civil y explotaba a sus siervos tan a fondo y tan sin miramientos como él. Las revoluciones campesinas a menudo destruían abadías y latifundios eclesiásticos, con mayor furia que los laicos, quizás, dirán los partidarios de una Iglesia siempre "madre y maestra", porque temían menos de su venganza, pero más probablemente porque era donde más odiosa resultaba la explotación, fundada como estaba sobre la hipocrecía, la mentira de "amar a Dios (a quien no ves) y aborrecer al prójimo (que tienes en frente tuyo)".

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