jueves, 3 de septiembre de 2009

LA REFORMA. De Lutero 1517 a la Paz de Augsburgo 1555.

En el lapso que va de la rebelión de Lutero (1517) a la Paz de Augsburgo (1555) se producen las más fuertes diferencias de opinión que hayan desgarrado a la cristiandad, las que conducirán a guerras y crueldades indecibles.
Los movimientos de reforma religiosa, tanto protestantes como católicos, no fueron, pese a su importancia, de carácter general, es decir, no involucraron a toda la población, sino que fueron particulares de las clases dominantes, pues, como bien dice Johnson, (p. 196)
La Reforma, entonces, no fue, en general, un movimiento popular; como tampoco lo fue la oposición a ella, ni, cuando se produjo, la Contrarreforma. La opinión pública no fue la causa determinante de los acontecimientos en ninguno de los países. La voluntad del gobernante, o del círculo gobernante, fue el factor más importante[1].
Tanto la Reforma (protestante) como la Contrarreforma (católica) comenzaron desde mucho tiempo atrás, en la continua reforma eclesiástica (Ecclesiam catholicam semper est reformanda!) para liberar al cristianismo de excrecencias y volver a la piedad primera. ¿Cuáles elementos nuevos se dieron, que hicieron tan explosiva la Reforma protestante?
La respuesta es muy compleja y debe ponerse en primer plano, como causa principal la distinta situación política: la trascendencia de los movimientos reformistas se debió principalmente a que coincidieron con los de creación del estado moderno en Occidente, con la consolidación del absolutismo y del nacionalismo, que suplantarán el universalismo (catolicidad) hasta entonces imperante. Las nuevas naciones son producto de una ideología que ya no es católica, en el sentido político, que va más allá del "manor" o señorío feudal, pero que no vuela tan alto como para llegar al Imperio, como hasta entonces; una ideología a la que la concepción católica (imperial) de la Iglesia romana le estorba, tanto cuanto la misma Iglesia, y que desea iglesias nacionales, en lugar de depender del Pontífice romano, que comienza a ser visto como una potencia extranjera, y su Iglesia como una quinta columna. Por otra parte los magnates desean apropiarse de las inmensas riquezas acumuladas por esa Iglesia y sus órdenes monásticas, y este incentivo será sin duda argumento de mucho peso para la conversión a las nuevas ideas religiosas. La Iglesia romana, por su parte, es la defensora de la idea imperial y se lanza a la lucha más por defender ese ideal, que la misma fe. La idea imperial, para que sobreviviera, implicaba el establecimiento de un equilibrio de poderes entre los señoríos feudales, en modo tal que Roma pudiera ser siempre el árbitro supremo: veremos que la Iglesia romana impidió que el Imperio acabara con Lutero, precisamente porque no le convenía el consiguiente robustecimiento del Emperador (Carlos V). Por su parte el Emperador (Carlos V principalmente) estaba tratando de crear un estado absolutista universal en lugar de nacional, no pudiendo llevarlo a cabo por la continua oposición de los señores feudales, aglutinados por la idea nacional, ni por su necesidad de combatir la amenaza turca, que lo obligaron a continuas negociaciones con aquellos a los que, para llevar a cabo su idea imperial, habría debido sojuzgar. A la postre cada uno de los principados y reinos absolutistas robustecería su poderío político, gracias al privilegio de determinar la religión de los súbditos: por el cuius regio, eius religio (la religión del pueblo será la del reino), paradigma teológico y político de esta época.
Una analogía física nos permitiría afirmar que hubo, desde el punto de vista político, dos movimientos principales de reforma en el mundo cristiano moderno o renacentista: uno centrípeto y otro centrífugo. El centrípeto caracterizó a la reforma católica, la llamada Contrarreforma, y el centrífugo a la protestante; el primero, interesado en salvaguardar la idea tradicional, el ideal carolingio del Sacro Imperio Romano, y el segundo en construir el Estado moderno, el absolutismo nacionalista.
Cuatro fueron los principales movimientos reformistas: la Contrarreforma católica y la reforma anglicana por una parte; y por otra las reformas protestantes: reforma luterana por una parte (Alemania y Países escandinavos), e iglesias reformadas por otra: reforma suiza y francesa, con Zwinglio (Zurich), y Calvino (Ginebra y Francia). Trasfondo político y religioso de la Reforma y Contrarreforma .


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