jueves, 3 de septiembre de 2009

CONTRARREFORMA Y EL RESURGIMIENTO DE LA VIDA RELIGIOSA. El Misticismo.

El Misticismo.

El misticismo, la relación directa del alma humana con Dios, con la realidad suprema, es -sin duda- la sustancia de toda religión, sin misticismo no hay verdadera religiosidad. Por ello ha jugado un papel importante en todas las religiones, también por supuesto, en la cristiana: San Pablo, San Juan Evangelista, San Agustín, Dante Alighieri, Tomás de Kempis, San Bernardo de Claraval y el Maestro Eckart son de los más destacados místicos anteriores a la Reforma. Característico del misticismo cristiano es el no ser meramente contemplativo, pues no le basta con el éxtasis, sino que, siendo activo, persigue un estado en el cual Dios actúe sobre y a través del alma; a la vez el misticismo cristiano es Cristo-céntrico, pues lo que busca es la unión con Cristo, para ser vivificado en Él. Dionisio el Areopagíta, de quien hablamos al referirnos a la escolástica primigenia, escribió algunos de los más importantes tratados místicos, como no podía ser de otro modo, dado su enfoque teológico negativo (todo lo que de Dios sabemos, debe inmediatamente ser corregido, negado, pues no corresponde a lo que Dios es): en sus dos obras principales, De mystica theologia y De divinis nominibus insiste en la inefabilidad de Dios, que sería la divina oscuridad, por donde establece su método "negativo" para relacionarse con la divinidad. A la unión con Dios se llega por la ascética, que es un olvidarse de las cosas, ponerlas de lado, pero esto no es suficiente, pues faltaría lo principal, el amor, como poder divino que perfecciona la naturaleza humana y la une al creador. El misticismo occidental estuvo muy influenciado por el neoplatonismo, precisamente a través de San Agustín, identificando la obra de Dios, luz viviente, en el alma con una luminosidad que deslumbra y sacia (Deus illuminatio mea!). San Francisco de Asís, uno de los grandes contemplativos cristianos, buscaría la unión con Dios en la imitación práctica de Cristo, viviendo como Él habría vivido. San Bernardo de Claraval haría de la unión del alma con Dios el objetivo del misticismo.
Meditación y oración contemplativa son el método del misticismo, no para obtener un momento de éxtasis, sino para alcanzar la deificación del alma, y para ello hay que morir enteramente para todo lo que no sea Dios, no tener voluntad alguna, sino la de Dios, hasta que el alma desaparezca, enteramente absorbida en la conciencia de Dios.
La Iglesia de Roma siempre ha visto con desconfianza al misticismo, por las razones ya apuntadas sobre su peculiar concepto de la religión, como vinculada con la verdad, una verdad demostrable y razonable, en tanto que el misticismo insiste sobre lo inefable de la verdad religiosa, lo que hace que sea proclive a caer en excentricidades y visiones particulares.
En la Iglesia de Bizancio las cosas no fueron así, sino que el misticismo fue siempre bien recibido y los místicos tenidos en gran estima; inclusive los bizantinos aceptan una especie de yoga, es decir, ejercicios corporales, respiratorios, hipnóticos, fórmulas de concentración, para llegar mediante ellos a la visión de la Luz Increada (la llamada Luz del Tabor), parte de la energía divina, que se haría patente a quienes se hubiesen librado de todo lo mundano: este punto de vista llegó a formar parte del dogma de la Iglesia bizantina, pero nunca ha sido aceptado por la de Occidente. Como consecuencia de estos principios en la Iglesia ortodoxa se difundió el eremitismo que le es tan peculiar, así como esa figura tan ajena a nuestro modo de contemplar la religión, los startsy rusos (Rasputín, es decir "El Libertino", supuestamente era un staret) y los monjes del monte Athos, el monasterio de mayor influencia en la Iglesia ortodoxa, donde los monjes llevan una vida de aislamiento y de estudio en un lugar inaccesible y sin presencia alguna de hembras de ninguna clase, ni humanas ni animales.
La Iglesia de occidente, repito, nunca ha llegado a tanto. Pero durante la Contrarreforma, Roma respondió al reto protestante mediante una revitalización de la vida religiosa, restaurando la emoción como experiencia religiosa fundamental, para acabar con el ritualismo anterior y después de aceptar la incapacidad del intelecto para comprender a Dios, pero no así la del sentimiento, pues el corazón sí podía comprender y descubrir las verdades divinas. La vida religiosa del católico debía ser una de dedicación total y de compromiso sin límites, fruto de un amor apasionado a Dios, a Cristo; esta práctica de la religión, más que católica deberíamos llamarla barroca para ser equitativos, pues esta nueva orientación también se dio, excepcionalmente, en algunas sectas protestantes, entre los cuáqueros por ejemplo.
Es en la iglesia española donde con más fuerza florece el misticismo, en especial en los autos sacramentales de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), especialmente en "El Gran Teatro del Mundo" (1655), donde se plantea el punto esencial del misticismo: que la religión no es asunto que deba entenderse intelectualmente, sino un misterio que debe celebrarse en alabanza y con devoción; las paradojas que el intelecto encuentra en la verdad religiosa son superadas asertivamente por el sentimiento, que las afirma como verdades.
Este concebir la religión como algo más allá de la razón ("el corazón tiene razones que la razón no comprende" de Pascal) se dio gracias al resurgir del misticismo, de la búsqueda del éxtasis espiritual, al que se llega solo por vías de profunda y habitual ascética: amor, disciplina, obediencia. Lo vemos así en las obras de Santa Teresa de Jesús (1515-82), de San Juan de la Cruz (1542-91), de San Ignacio de Loyola (1491-1556), Luis de Granada (1504-88), Luis de León (1527-91). Posteriormente el misticismo habría de caer en quietismo por obra principalmente de Miguel de Molinos (1628-1696) y su Guida Spirituale, publicada en Roma en 1675, que predica una contamplación pasiva en lugar de una meditación activa, es decir, una oración de quietud, una pasividad total del alma, que renuncia a todo intento propio, incluso a la misma virtud y bienaventuranza, entregándose a la nada y apartándose de toda manifestación exterior de culto o devoción. Esta doctrina fue condenada por la Iglesia católica, pero tuvo mucha influencia entre los protestantes alemanes.
Los peligros adel misticismo alertaron a los místicos católicos quienes, para evitar desvíos, pusieron énfasis en que el éxtasis no era la finalidad, ni la señal de predilección, sino la obediencia, Santa Teresa, San Juan de la Cruz y San Ignacio de Loyola insistieron en que la más alta realización del alma estaba, no en el éxtasis, ni en la experiencia mística, sino en la obediencia total, en la conformidad habitual de la voluntad humana con la voluntad divina.
En la espiritualidad protestante no se dio nada comparable a la renovación mística católica y la razón es obvia, pues siendo una religiosidad de mera confesionalidad, en la que las obras -por así decirlo- salen sobrando, no cabía una religiosidad diversa de la puramente pasiva, el quietismo: la profundización de la vida espiritual protestante tiene solo una salida razonable y congruente, no hacer nada y celebrar la salvación en un acto perenne de agradecimiento a un Dios que nos salva aunque no encuentre en nosotros mérito alguno para ello.

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