viernes, 4 de septiembre de 2009

DIFUSIÓN UNIVERSAL DEL CRISTIANISMO: SEGUNDA PARTE.De religión redentora a cosmosivisión triunfalista.

OCCIDENTE A FINALES DEL SIGLO XIX.

cuius regio, eius religio (el siervo ha de tener la religión del reino, es decir, la del señor) que imperó desde la Reforma y hasta la Revolución Francesa; abandonada la pretensión de comportarse conforme a la costumbre y aceptado cualquier otro comportamiento, la religión perdió su premisa tradicional, y contingentes cada vez mayores de la población (particularmente las nuevas clases urbanas, los obreros o "proletarios") se comportaron de manera diversa, se "descristianizaron". La religión tradicional continuó ejerciendo su influencia secular en los sectores que continuaron al margen de la "revolución industrial", en los estratos agrícolas donde aún imperaba un sistema social determinado por el status y no por la retribución libremente convenida a servicios libremente contratados, caso por caso y sin pretensiones de contratación-por-vida.
Otro tanto sucede con las clases burguesas, fenómeno en este caso reforzado por la "revolución científica"; en efecto, en el siglo XIX aparece (1859) la teoría de la evolución (darwinismo) que hace superflua la premisa del designio para dar cuenta y razón del orden biológico; esta es una voltereta radical que hace imposible una ciencia al estilo, por ejemplo, de la de Newton, que de cada destello de orden infería la grandiosa obra del Arquitecto del Universo, o de Pascal, a quien cada piececilla de reloj sugería el designo del gran relojero. Ya no más; ahora el relojero, como en nuestros días diría Dawkins[2], era ciego; no tenía la menor noción de lo que hacía, ni querría tenerla, pues supuestamente, además de virtualmente ciego, lo más probable era que no existiera del todo. Este nuevo modo de ver las cosas generalizó, entre los intelectuales, el agnosticismo en lo teológico y el escepticismo en lo religioso: cada vez más la religión comienza a verse como mera tradición, como poesía e, incluso, como superchería.
Consecuencia de lo anterior es que la vitalidad religiosa (y ello será una realidad incluso contemporánea) queda relegada a sectores tradicionales de la sociedad, a sociedades atrasadas ("en vías de desarrollo") y a condiciones sociales de carácter pre-industrial, en las cuales la moralidad cristiana parece todavía bien adaptada, capaz aún de explicar el mundo. Es una decadencia del cristianismo que desde el siglo XIX lo caracterizará hasta nuestros días, y que encuentra alguna solución (¿sólo temporal?) en una labor misionera que consiste, precisamente, en llevar la Buena Nueva a sociedades atrasadas, para las cuales la religión cristiana es un paso hacia adelante, un surgir del abismo en que se encuentran sumidas, un salir de la crisálida en que están aprisionadas. Pero así como era poderoso el impulso "hacia afuera" (la misionera difusión de la fe), fue también potente el debilitamiento "hacia adentro" (la pérdida de fe en las poblaciones urbanas de Europa).

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