viernes, 4 de septiembre de 2009

La obra misionera española.

Los últimos cinco lustros del siglo XV son el comienzo de una nueva era de hegemonía española (o de Castilla y Aragón, para no hablar del pasado con lenguaje de hoy): el matrimonio de Fernando II de Aragón e Isabel de Castilla une bajo un mando único ("Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando" es el motto de los reinos unidos) la Península, ahora principal potencia marítima del Mediterráneo occidental, ya casi señora de Nápoles, y que completará la Reconquista, poniendo fin a la incursión del rey de Granada Abu'l Hassan con la toma de Granada en abril de 1492 y la expulsión de los árabes de España, después de siete siglos de ocupación.
Inmediatamente Castilla-Aragón (de ahora en adelante esmejor decir España) se saca la lotería con el Descubrimiento de América y luego la Conquista, que les planteará a los españoles el problema de si tendrían derecho a adueñarse de las tierras descubiertas.
En la Historia ningún otro reino, ningún otro ejército, se ha planteado tan descomunal problema de conciencia, ¿tengo derecho a hacer la guerra si estoy convencido de poder ganarla? Los españoles del siglo XVI, sí y esta es la más grande gloria de la Conquista, porque desde el inicio ella se plantea desde el punto de vista de la sujeción de las acciones humanas a la ley divina, a la ley de la naturaleza, a la ley de la civilidad. Que lo logren o no, es otra cosa, que "empedrado está el camino de los infiernos de buenas intenciones". Pero el español injusto, aun siendo su propio juez, se condenaría a perpetuas penas; los demás soldados que en el mundo habían sido, ni se percataron nunca del problema. ¡Denodados como militares, estos tercios españoles, pero timoratos como cristianos!
En efecto, durante los reinados de Carlos V (1500-1558) y de Felipe II (1527-1598) se nombra a los catedráticos de las Universidades como consejeros y diplomáticos o consejeros espirituales (confesores) del rey; aceptan lumbreras como Melchor Cano (1509-1560) y Domingo de Soto (1494-1560). También se establecen "juntas" de académicos, para que rindan dictamen (nombre latino con que se denominan los testimonios, o pareceres) sobre asuntos de gobierno, dictámenes que eran consultivos, no ejecutivos, en los cuales se dilucidó si España tenía o no derecho a conquistar a los indios de América o a hacerles la guerra: ¡habiéndose concluido en ellos que no le asistía tal derecho, sino sólo el de evangelizarlos pacíficamente! ¡Presea sublime de la gloria de esta hazaña inigualada e inigualable de la Conquista, haya después resultado lo que hubiere resultado! ¿Cuál otro pueblo de la Tierra puede presentar testimoniales similares?
La primera junta de letrados fue convocada por el rey Fernando V el Católico (1452-1516), en 1504, y en ella se dictamina "que los indios deben ser dados [a los españoles]", pero esta aparente justificación de tomarlos como esclavos no es tan terminante, porque la reina Isabel I la Católica (1451-1504) dispuso en su testamento (como bien podría hacerlo si fueran propiedad de la Corona, en su calidad de propietaria eminente de dichos indios) que los indios fueran "bien y justamente tratados", es más, que debían ser compensados de cualquier daño que los españoles les hubieran causado. Con todo, a estas alturas era opinión común que la bula Eximie Devotionis, del Papa Alejandro VI (papa del 1492 al 1503), que había concedido a España el derecho de conquista, implicaba el de esclavizar a los habitantes de las Antillas.
No opinarán lo mismo los letrados de las futuras juntas, y ciertamente no lo hará Bartolomé de Las Casas (1474-1566) desde América, ni tampoco la bula de Alejandro VI lo implicaba, como lo hará patente en sus alegatos de Las Casas, pues no concedía derecho a esclavizar, sino sólo a evangelizar, poniendo como condición del derecho de conquista, "el inducir en los pueblos que viven en esas islas y tierras, a recibir la religión Católica, pero sin infligirles penalidades ni enfrentarlos a peligros" (cito libremente, no textualmente).
¿Por qué, según los letrados de las juntas, no podían los españoles esclavizar a los indios? Primero, porque el derecho de los españoles no derivaba de que los indios les hubiesen declarado la guerra y que los españoles los hubieran vencido, con lo que habrían podido hacerlos esclavos (como mal menor, en lugar de matarlos); derivaba de una bula pontificia, pero, según los letrados, el Papa no poseía autoridad temporal y si la tuviera sería sobre cristianos, no sobre paganos, luego la tal bula sería un mero "chiffon de papier", que valdría cuando mucho lo que el papel en que estaba escrita. Pero esta bomba no estallaría hasta 1511 (mientras tanto ni los españoles, ni los portugueses, se cuestionaron su derecho, proveniente de la bula de Alejandro VI, para esclavizar las poblaciones que dicha bula les permitía conquistar). En el domingo anterior a la Navidad de 1511 el dominico Antonio de Montesinos predicó en la Hispaniola, denunciando a los españoles por el maltrato que hacían de los indios y condenándolos, de persistir en ello, a penas eternas, como si fueran moros o turcos en vez de cristianos. Por supuesto que los colonos se sintieron ultrajados, y se armó un pandemonium; el provincial de la orden se le vino encima al clérigo y las cosas llegarían a tanto que repercutirían hasta la metrópolis. Había antecedentes para unas opiniones y otras; por ejemplo, Don Cristóbal Colón (1451-1506), a su regreso de América, había llevado como esclavos a dos indios, pero la reina le había prohibido venderlos diciendo que, para paz de su conciencia, debía antes escuchar el dictamen de juristas y canonistas, sobre si los podía vender o no; no sabemos el veredicto del dictamen, ni si lo hubo, pero sí sabemos que en 1496 la reina ordenó que todos los indios esclavos en Sevilla fueran decomisados a sus amos y mandados de vuelta a América (y también el dato curioso de que la mayoría, si no todos, no quisieron volver, pues prefirieron permanecer en España): después de 1501 ningún indio pudo llevarse bajo esclavitud a España y los que aparecieran, eran confiscados y manumitidos.
Conforme al derecho natural sólo el prisionero de guerra, más aún sólo en guerra justa, podía ser esclavo; conforme a la recta conciencia del cristiano español, no cabía ningún otro título legítimo para esclavizar; hacer la guerra a los indios era, según el decir de Francisco de Vitoria (1483-1546), como hacer la guerra a los sevillanos, porque los indios no eran enemigos, más aún, eran vasallos de la Corona y por ello Juan de Zumárraga (1468-1548), el primer obispo de ciudad de México, amonestará a Carlos V señalándole que ninguna ley, ni humana, ni divina, ni civil, ni natural, ni positiva, permite que los indios de estas tierras americanas sean esclavizados.
Una posición tan ilustrada era totalmente congruente e indispensable para amparar el derecho de los súbditos de España: si los indios eran, como los españoles, vasallos de la Corona y podían, sin condición alguna, ser hechos esclavos, entonces también podían ser hechos esclavos los españoles, que así quedarían sin fuero alguno frente a la Corona, lo que era inadmisible desde todo punto de vista; consecuentemente, el derecho del indio y el del español viajaban juntos y si uno de ellos disminuía, también el otro.
Pero con la encomienda no sucedía lo mismo: el español -que era cristiano- no tenía necesidad de ser encomendado a otro español para que lo convirtiera a las verdadera fe, pero el indio sí y esto no era una mala obra, ni estaba contra la bula, sino que era sublime acto de caridad (¡caridad, cuantos crímenes se cometen en tu nombre!).
Por eso la oposición de los dominicos (Montesinos, de Las Casas y tantos otros santos hombres) y de las misiones fue contra la encomienda, al menos como se practicaba, no contra la esclavitud, que -técnicamente al menos- no existía.
La encomienda, es decir, poner al indio al cuidado del español para que lo evangelizara, siendo el español maestro y el indio aprendiz, trajo muchas consecuencias indeseables: que los indios fueran concentrados donde estaban sus maestros; que no representaran para sus catequistas una carga económica, por lo que debían compensar por la evangelización que recibían, usualmente con su trabajo; y que adquirieran la cultura europeo-cristiana. Esto significó modificar su vida familiar, que en lugar de matrilínea paso a patrilínea; imponerles la familia celular monogámica, en lugar de la familia tribal; modificarles la urbanística para que se agruparan en casas individuales, con la iglesia y la plaza como centro comunal; aprender el castellano y tantas otras cosas más que habrían hecho desaparecer su cultura, de no haber sobrevivido en tan grandes números.
Pero a pesar de la supervivencia de los conquistados, que es una presea de la Conquista, en muy pocos lugares han quedado sus etnias intactas como para que pudiéramos decir que se respetó su identidad cultural.
Desgraciadamente muy pocos misioneros entendieron este punto, siendo los franciscanos quienes más se acercaron a ello, por obra del P. Pedro de Gante (muerto en 1572) entre otros.
Aunque el indio encomendado era, técnicamente, un hombre libre, su condición era incierta y podía encontrarse en mayor desventaja que el esclavo o el siervo europeo, quienes podían comprar su libertad y ser manumitidos; los indios, para su desgracia, no eran esclavos, luego no podían ser comprados, ni por ellos mismos, ni vendidos; con lo cual el indio bien podía quedar catecúmeno toda su vida, por muy profunda e ilustrada que fuera su fe: probablemente la única vía segura para lograr el pleno disfrute de sus derechos humanos era la carrera eclesiástica.
El indio fue aculturado, y esto implicó enseñarle a trabajar disciplinadamente, como lo hacía el europeo después de centurias de selección natural; la adaptación exitosa al medio natural americano no había requeriod tal cualidad y por eso ella no existía en el indio con la misma intensidad, no estaba tan difundida ni arraigada, como entre los europeos; el obligarlos a ejercitarla debe haber hecho especialmente dura la encomienda, en la que el español buscaba que el indio rindiera como si europeo; esto era duro y casi contra natura, origen de sufrimiento para el indígena, que no pudo sujetarse a dicho régimen sino mediante violencia y amenazas.
El indio, pues, por la encomienda se vió arrojado del Edén; y el conquistador español, para hacerle el bien como cristiano, acabó diezmándolo con las enfermedades que difundió e instaurando una institucionalidad de hombres libres conforme a la ley, pero menos que esclavos conforme a la realidad.
Todo por no plantearse, con tolerancia, el punto de vista ajeno; pues los conquistadores, aunque capaces de rectitud y conciencia iluminada, como nos lo muestra su conducta y sus remordimientos, no fueron capaces nunca de tolerancia.
En lo social como en lo físico, es imposible interactuar sin modificar y el contacto cultural necesariamente modifica, en mayor o menor grado, a las culturas que lo experimentan. Tampoco debe ser motivo de preocupación ni la "transculturación", ni la "desaparición" o extinción de culturas, pues esa eventualidad es precisamente la que permite su desarrollo o evolución; para saber cómo fueron está la historia, no la supervivencia cultural.
Esto, por supuesto, no quiere decir que una obra de modificación cultural, de evangelización en el caso presente, dé lo mismo hecha de una forma que de otra. No. Hay un modo de evangelizar paulino y otro agustiniano; el primero lo hace desde la cultura misma que pretende cristianizar, comprendiéndola y amándola profundamente, haciéndose gentil (helenizándose) para predicar a los gentiles; el otro, desde un esquema de verdad poseída, de incomprensión radical y buscada de la otra cultura, de "obligarlos a la fe", según el dicho agustiniano.
Agustín pretende doblegar, Pablo compartir.
No sé cuál procedimiento sea más eficaz, ni tampoco creo poder pasar juicio, fundadamente, sobre si uno puede hacer más daño cultural que el otro. Sí tengo por compatible con la evangelización el estilo paulino, y por incompatible el agustiniano, aunque la historia de la religión cristiana muestre que ésta más se ha difundido por la fuerza bruta que por la convicción de las conciencias. Pero esos fueron los cristianos de antes, que los de ahora quizás estemos llamados a vivir más plenamente nuestras creencias y a rehuir el oportunismo de "obligar las conciencias a la aceptación de la verdad".

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