jueves, 3 de septiembre de 2009

LA PIEDAD MODERNA.

En los siglos que estamos considerando la piedad cristiana tuvo muchas manifestaciones diversas, diferentes matices, pero escomún a todos ellos el centrarse, como en la aurora de la Cristiandad, en Cristo, y no en un Jesús triunfante y señor del Universo, un bizantino Pantocrator, sino en un Cristo crucificado y escarnecido, pero tan íntimo al alma del hombre que
No me tienes que dar porque te quiera, Pues si cuanto espero no esperara, Lo mismo que te quiero te quisiera.
Anónimo
Esta piedad moderna, la típica del misticismo de "La Imitación de Cristo" de Kempis, no se produjo de repente, sino poco a poco. La primera modificación de la visión cristiana se tiene ya en los siglos X y XI, cuando se difunde la latría a la cruz y con ella al Cristo crucificado. La cruz, para los cristianos, fue tanto una síntesis religiosa, como un talismán, recuérdese que para Constantino era más que todo un talismán, In hoc signo vinces!, un instrumento de poderío militar. Luego la Iglesia de Oriente desarrolló, más y más, el culto a la cruz, -inexistente para todo fin práctico en Occidente, hasta el siglo X-, pero en Bizancio pospuesto por la preeminencia del culto a Cristo como supremo regulador, como Pantocrator; no obstante, desarrollaron la cruz como una metáfora de la locura del Cristianismo, del mensaje que va más allá de la sabiduría del mundo, inaccesible a la mera racionalidad del hombre, siguiendo al Pablo de la I Epístola a los Corintios:
Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, -para nosotros-, es fuerza de Dios. (1, 17-19).... Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. (1, 22-25).
El Cristianismo se complació en la meditación de esta verdad fundamental, paradójica es verdad, pero todo el mensaje cristiano habría de ser paradójico. Con todo, en Bizancio propiamente, el enfoque se puso más en el Cristo Señor, que en el Cristo crucificado. En Occidente tenemos la primera visión cristiana, a la vez que profundamente filosófica, de la cruz en el "Cur Deus homo" (¿Por qué Dios se hizo hombre?) de Anselmo de Cantorbery: la Crucifixión deja de ser locura, para pasar a ser una exigencia del orden natural, como en su lugar vimos; la crucifixión, el "Cruz e Hijo" (crucifijo), pasan así a centro de la piedad cristiana en Occidente, por lo menos entre los monjes, el movimiento más dinámico de la Iglesia desde el siglo V, tanto en Oriente como en Occidente.
La devoción cristiana fue en los primeros siglos de la Baja Edad Media, la propia de los monjes, una piedad litúrgica, ritual, para la que Cristo era todavía un señor universal, ahora visto más como el monje que gobierna el Universo, un Cristo coherente, legislador, el ímpetu y respaldo de la revolución que está llevando adelante el papado, para sujetar toda la Tierra a la voluntad de Dios y hacer de Europa una nación gobernada por el Cristianismo y enteramente representada por la Cristiandad: el ideal bizantino, en fin de cuentas. Pasado el período intensamente apostólico, que va de la caída del Imperio Romano de Occidente al siglo X, en que convirtió toda Europa al Cristianismo, Roma tratará de que Europa viva ese cristianismo, mediante una legislación adecuada a la religión católica, promovida y regulada desde la curia vaticana. En los países latinos, en los comienzos de esta etapa, se dio, como en Bizancio, el fenómeno de la separación entre ministerio eclesiástico y pueblo de Dios, volviéndose la religión clerical, sacerdotal, actuando por y para un pueblo de Dios pasivo: la misa es celebrada por y para la clerecía, separadamente del pueblo, no en forma tan radical como entre los bizantinos, donde un iconostasio impide al pueblo ver la consagración, pero sí medidante la creación de púlpitos y coros, detrás de los cuales, sin que el pueblo pueda participar, se celebra el sacrificio, o se adoran las reliquias, por los clérigos, en tanto que el pueblo está reunido aparte, participando -cuando mucho- por la palabra, escuchando un sermón.
En tanto Europa fué rural, muy poco de vida religiosa hubo entre la población, las gentes si acaso participarían en algunos actos litúrgicos de los monasterios cercanos, pero los monjes -los grandes evangelizadores de los siglos anteriores- ya no evangelizaban; las parroquias, por su parte, eran propiedad de los señores feudales y eran atendidas más como "profit centers" (fuente de beneficios) que como focos de espiritualidad: con las ciudades comienza el revivir del Cristianismo entre el pueblo minuto, y aparece también un nuevo clero -de nuevo apostólico, las órdenes mendicantes- que llevarán la vida cristiana a todos, con lo que se da un revivir de la vida religiosa, tanto de la ortodoxa como de la heterodoxa, a partir del siglo XII, en toda Europa.
El culto por las reliquias, la devoción a los santos, el miedo a la muerte y las torturas de ultratumba son aspectos negativos de esta nueva religiosidad, lacras que se dan espontáneas en la cultura popular, pero que la religiosidad oficial a menudo estimula, difunde y aprovecha, incluso con fines económicos.
Las virtudes cristianas con que nuestra civilización aún se regocija son también de esta época: el espíritu caballeresco; el culto a la mujer (sublimación del amor cortesano árabe) y a María, madre de Jesús; el cuidado de los pobres y las viudas, el espíritu de compasión y solidaridad humanas; la creación de las "órdenes terceras" que harán cundir la función sacerdotal entre todo el pueblo de Dios. Hacia fines de este período la concepción de Cristo es la de un amigo muy íntimo del alma cristiana, un varón de dolores más que un rey y señor del Universo.
Sin embargo se vive una separación infranqueable entre clero y pueblo cristiano, entre religión ritual y vida cristiana personal. Esta disgregación contradice la concepción paulina de un sacerdocio universal, y fue promovida por los intereses particulares de una burocracia sagrada; la que a su vez, para justificar su función, trastrueca el mensaje de Cristo de esperanza y amor al Padre, por otro de tormentos y visiones de condenación eterna, superables por el "poder de las llaves" que Jesucristo habría dado a sus ministros, suficiente para librar de la condenación, pero no de las penas debidas por el pecado. Nace así la teoría del purgatorio, en el que hasta los bienaventurados sufrirán tormentos temporales superiores a cualquiera imaginable en esta vida, de lo que podrá el fiel salvarse recurriendo al tesoro de la Iglesia, acumulado por la santidad de los santos y accesible por dispensa eclesiástica, mediante las indulgencias, tesoro al que usualmente se accede por la limosna a beneficio de causas sagradas, o por llevar a cabo obras de santificación, como las peregrinaciones o la guerra santa ("cruzadas").
La religiosidad desarrollada en estos siglos es geográfica y circunstancial, la cual -dado que en gran parte sobrevive aún- debe tener raigambres naturales bien profundas: la peregrinación es la manifestación más ostentosa, el ir a lugares santos, para redimirse (piénsese en nuestras peregrinaciones al santuario de la Virgen de los Angeles y se comprenderán las que iban a Roma, Santiago de Compostela y Jerusalén); las promesas de peregrinar para obtener a cambio (do ut des) algún bien físico o espiritual. El culto de las reliquias, hasta hace tan poco tiempo atemperado, convertidas en verdaderas fuentes de energía sobrenatural, con las que puede ponerse en contacto el feligrés para usufructuarla. La sacralización de las relaciones sociales: matrimonio, bautismo, muerte, etc. y también la de los elementos naturales, a fin de que sean mejores colaboradores del hombre: bendición del agua, las casas, los animales, los niños, las mujeres, etc. etc. La Iglesia en todo estaba, siempre te tropezabas con ella, todo lo regía y disponía. Se estaba construyendo más que un reino de Cristo, una teocracia. Más regía el Antiguo que el Nuevo Testamento. Sin embargo, este no fue el destino final de este movimiento, porque la teocracia habría de tropezarse con una nueva institucionalidad, la ciudad, y con un objeto que cambiaría la faz de la Tierra: el libro.
Las ciudades produjeron la aparición de ciudadanos, de burgueses, los que lograron la secularización de la cultura, no porque la separaran o apartaran de la vida religiosa, que nunca fue así ni entre los humanistas, sino porque comenzó a haber hombres cultos que no fueran clérigos: conforme avanzamos en estos azarosos siglos, aumenta la muchedumbre de los laicos educados, que saben leer y escribir, privilegios anteriormente accesibles, prácticamente, solo a los clérigos; lo mismo con la educación universitaria, inicialmente también coto vedado al laico. Conforme se educan los burgueses, también educan su vida religiosa, transforman su piedad y hacen nacer una devoción adecuada a sus necesidades, en lugar de la estereotipada de los monjes. Estaría además el libro.
La Reforma protestante es un estilo nuevo de cristianismo basado en leer la Biblia, de donde se seguirá todo lo demás. En las postrimerías de la época que estudiamos se utiliza la imprenta y se difunden los libros, especiallmente la Biblia y libros religiosos, e incluso un poco antes, ya mucha más gente leía, gracias a técnicas que habían abaratado la impresión de libros. Como si todo esto fuera poco, apareció el periodista por antonomasia, Erasmo de Rotterdam, quien, como veremos más adelante, no solo tendría la pluma más expresiva, sino además la visión cristiana más congruente con los nuevos tiempos (desgraciadamentedes oída tanto por católicos como por protestantes), quien predicaría una conversión del hombre y la sociedad al Evangelio, la que no se daría sino muchos siglos después, en nuestros días.

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