jueves, 3 de septiembre de 2009

ERASMO DE ROTTERDAM.

Erasmo, hijo sacrílego, educado como sacerdote y ordenado tal, profesó la vida monástica, pero logró se le dispensara de la disciplina conventual, siéndole tolerado vivir en el mundo sin hábito eclesiástico, y desempeñándose como profesor y periodista (que diríamos hoy), es decir, como hombre de pluma, que se mantenía con sus escritos, como humanista, que se decía entonces. Estudió en París y Oxford y enseñó en Cambridge, teniendo los humanistas ingleses gran influencia en su formación, sobre todo Juan Colet y Tomás Moro, con quienes mantuvo estrecha amistad. Su formación espiritual fue principalmente influida por la piedad moderna, pues en su juventud fue educado por los Hermanos de la Vida Común de Hertogenbusch (del 1485 al 1487), pertenecientes al movimiento de la devotio moderna, posteriormente postularía en el monasterio de Emmaus, de los canónigos regulares agustinos, también seguidores de dicho movimiento, donde en 1488 sería recibido con triple voto (castidad, obediencia y pobreza).
Las letras humanas (el humanismo) fue la gran pasión de Erasmo, por lo que la mayoría de los autores cristianos (tanto católicos como protestantes) lo consideran un monje tibio, como en realidad lo fue, por cuanto no compartía, como seguidor de la devotio moderna, una piedad de raigambre teológica orientada a una vida de perfección, sino que creía que la obra de salvación personal era cuanto el Señor pretendía de los hombres; su pasión filológica lo llevaría a esculcar las Escrituras y los Padres de la Iglesia, por lo que fue considerado una autoridad de primera magnitud por los teólogos; por la autoridad de sus opiniones lingüísticas fue uno de los autores más leídos de su tiempo, pero no entre el público minuto, sino entre los hombres educados, pues no escribió en lenguas vernáculas sino en la lingua franca de entonces, -como hoy el inglés-, el latín, o en griego, lengua esta última conocida solo por muy pocas personas entre las educadas. Su tour de force fue, precisamente, la traducción del Nuevo Testamento del griego al latín, publicada como edición bilingüe greco-latina en 1516, y realizada siguiendo las notas de Valla[4]; Erasmo fue curador y editor de una importante biblioteca patrística, tanto de los Padres griegos como de los latinos: Jerónimo, Cipriano, Arnobio, Hilario, Irineo, Crisóstomo, Ambrosio, Agustín y Orígenes.
Realizó recopilaciones de máximas de los autores antiguos que le dieron fama, publicadas bajo el nombre de Adagios y luego ampliada con el de Adagiorum Chiliades, que hicieron accesibles a los estudiosos de la época lo mejor de los autores clásicos. Fue un notable editor de las obras clásicas griegas y latinas: Catón, Suetonio, Cicerón, Plinio el Viejo, Séneca, Tito Livio y Terencio. Tradujo al latín las obras de Tolomeo, de Aristóteles, de Demóstenes, de Josefo y algunas de Eurípides, Libanio, Isócrates, Jenofonte y Galiano; escribió una obra, todavía en uso, sobre la pronunciación del griego (Dialogus de recta latine grecieque sermonis pronunctiatione); a su pluma se deben importantes obras de pedagogía. Fue un literato notable, aunque sus obras, por estar todas escritas en latín en la época en que ya nacían pujantes los idiomas nacionales, no figuran en la literatura de ninguna de las lenguas modernas.
Si estudiáramos a los reformadores, este sería, sin duda alguna, el que un hombre de hoy en día eligiría como paradigma; no así en su época, pues las pasiones ardieron a tal punto que su actitud de hombre sabio, que transitó siempre la vía moderada y conciliadora y para quien el cristianismo era más una forma de vida que una doctrina, no le hizo quedar bien con nadie, ni con los católicos ni con los protestantes. Es interesante la opinión que un santo extremista como Ignacio de Loyola tenía de las opiniones de Erasmo, de quien leía el Enchiridion militis christiani habitualmente y con deleite, pero que, según cuenta el Padre Ribadeneyra:
en comenzando a leer en el libro de Erasmo, juntamente se le comenzaba a entibiar su fervor y a enfriársele la devoción, y cuanto más iba leyendo, iba más creciendo esa mudanza... Y como esto echase de ver algunas veces, a la fin echó el libro de sí, y cobro con él y con las demás obras de este autor, tan grande ojeriza y aborrecimiento, que después jamás quiso leerlas él, ni consintió que en nuestra Compañía se leyesen, sino con mucho delecto y con mucha cautela.
Igualmente, en 1529, cuando la Reforma triunfó en Basilea, donde para entonces residía, hubo de mudarse Erasmo a Friburgo de Brisgovia, pues no era bien visto por los reformadores, quienes no lo aceptaban, ni eran aceptados por él, no obstante sus fuertes críticas a la Iglesia de Roma y a la vida monacal católica. Lutero lo atacó duramente y lo despreciaba, siendo Lutero como era un extremista, porque "se cuidaba demasiado de la educación moral de los hombres y muy poco de la verdadera adoraciónde Dios".
Erasmo fue más un crítico de la vida cristiana que un reformador, luchó por librar a nuestra religión de excrecencias accesorias, para volver a la autenticidad original, para superar el ritualismo y vivir la vida con simplicidad en Cristo y conforme a Cristo; olvidarse de las pretensiones de vías de perfección y contentarse con lo esencial, salvar el alma yendo por el camino señalado por Jesús. Como los propagadores de la piedad ritual eran los frailes, critico duramente sus vidas, métodos y pensamiento. Para Erasmo la perfección cristiana consiste en cumplir los mandamientos, lo demás sobra y estorba, el cristianismo es "nihil alliud quam caritatem, simplicitatem, patientiam, puritatem, breviter quidquid ille docuit", en fin,"Summa nostrae religionis pax est et unanimitas", pero este llamado al amor, la simplicidad, la rectitud de conciencia y, sobretodo, la concordia, la unanimitas, que parecen salidas de la pluma de Pablo, fueron interpretadas por unos y por otros como "un cristianismo tan aséptico de adherencias o excrecencias inconvenientes, tan exangüe, tan empobrecido, (que) inútilmente se empeñaba Erasmo en lograr una reforma de la vida Cristiana" (Ricardo Villoslada, Historia de la Iglesia Católica, volumen III, p.461).
En lo filosófico y literario Erasmo fue un auténtico hombre de su época; no así en lo religioso, pues su vía sabia, conciliatoria, sin exageraciones ni extremismos, no era la de entonces, ni la de los siglos inmediatamente siguientes, que estarían inflamados por el odio de religión, por el extremismo y la intolerancia. Hoy en día, cuando casi todos somos erasmianos, nos acongoja ver que su mensaje fracasara y que el apartarse de él provocara las infames guerras de religión siguientes y la pérdida de libertad para los cristianos, imposibilitados de crecer por el "odio teológico" que marcaría los siglos posteriores, en los que tanto brillaría la devoción cristiana, vitalizada, vívida y profunda, pero tan extremosamente falta de amor: el despertar religioso de los siglos de la Reforma y Contrarreforma que seguirían fue, -ahora que los podemos considerar con la debida perspectiva histórica-, apenas címbalo que retiñe, pero nada más. Por carecer de caridad.

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