jueves, 3 de septiembre de 2009

La reforma diocleciana.

El reinado de Diocleciano (285-305) representa la culminación de un movimiento hacia el totalitarismo (civil, militar, económico, político y religioso) del Estado romano. Dados sus orígenes castrenses, la reorganización del Estado que Dioclecia no impone es de carácter jerárquico, principalmente basada en las necesidades del ejército, y de pretensiones totalitarias: tanto en lo económico, en que impone una economía de comando, con rígidos controles de precios y salarios, como en lo político, donde el emperador será supremo, electo por el mismo dios, como rezan sus monedas: dominus et deus, en lo cultural o civil también imperará el monolito oficial, por medio de los prefectos imperiales ejercerá poderes supremos, tanto militares como judiciales; en la cúspide el emperador, un autócrata con título de señor (dominus), en lugar del de el primero (princeps), de sus antecesor es: con Dioclecia no termina la época del principado y comienza la de los dominates.
Diocleciano reorganizó audazmente el Estado, estableciendo una teocracia que restituyera la grandeza de Roma: miraba al pasado y por ello eligió instituciones propias de la tradición romana: con él finaliza Roma (ya que el futuro será de Bizancio); estableció una religión si no oficial sí oficiosa, seguida por el ejército, el mitraísmo, que algunos han visto como el gran competidor del cristianismo, sobre el que habría prevalecido, a no ser por la falta del apoyo oficial, a partir del Edicto de Milán. El mitraísmo fue una religión exclusivamente masculina, sin jerarquía s y seguida casi exclusivamente por los militares; en su moralidad fue muy cercana al cristianismo, pero su inspiración primordial era el culto de la lealtad al emperador: en el 307 Diocleciano dedica un altar a Mitra en Carnuntum (població n militar en el Danubio, en las cercanías de la actual Viena), donde exalta a Mitra como patrón del Imperio: fautor i imperii sui.
Diocleciano llevó a cabo una de las últimas persecuciones contra los cristianos, a los que miraba como elementos disociadores de su gran esquema teocrático: una patria, un gobierno, una religión.
A pesar de su concepció n totalitaria, el esquema dioclecianeo no tuvo fortuna, sino que fue superado por otro, de iguales propósitos pero que miraba hacia el futuro y no a resucitar las glorias pasadas de Roma: el de Constantino el Grande, quien reorganizó el Imperio con un sentido militar y económico más realista; abandonó Italia y Roma, y fundó en Bizancio una "nueva Roma" la ciudad de Constantino, Constantinopla, que gracias a su posición estratégica y comercial, floreció durante todo el lapso que consideraremos en este capítulo, como centro indiscutido de la cultura, del poder, la religión y la política. Como religión del nuevo Estado eligió la religión cristiana, a la que se convirtió, con lo que pasó a ser la religión oficiosa, aunque no la oficial, en su reinado.

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