jueves, 3 de septiembre de 2009

LA IGLESIA TRIUNFANTE. DEL EDICTO DE MILÁN AL CISMA DE OCCIDENTE.

Parte I: LA IGLESIA TRIUNFANTE
Del Edicto de Milán al Cisma de Occidente
(Del Edicto de Milán a Gregorio Magno)



INTRODUCCIÓN.

"El Estado abrazó el Cristianismo con el afán de renovar su fuerza mediante una dinámica religión estatal. Pero en realidad cambió un ritual público, que no podía hacer daño alguno pues estaba muerto, por una filosofía religiosa que no admitía definiciones sencillas, porque estaba viva, y era por ello un riesgo para la institucionalidad administrativa en que se encontraba: El Cristianismo, por su propia naturaleza, termina siempre dañando a sus patrones seculares" (Johnson, p. 52)
En los ocho siglos que abarcaremos en la primera y segunda parte de este capítulo la cristiandad pasó de superstición perseguida, a religión tolerada (Edicto de Milán), para convertirse en Iglesia Oficial del Imperio y a la postre sustituirlo, convirtiéndose, al menos en teoría, en teocracia.
Este cambio de fortuna de la religión cristiana no fue fortuito, sino el resultado de la política imperial que, claramente desde Diocleciano, buscaba instituir una religión oficial, más aún, fundar una Iglesia-Estado, de la que fuera cabeza el emperador, instaurar el césaro-papismo.
Logrado este propósito imperial, la religión cristiana crecerá y se desarrollará pujante, durante los siglos IV al IX, en la región oriental, en Bizancio, en tanto que la cristiandad Occidental, pasará penurias. A la postre, con todo será la Cristiandad Occidental la supérstite y la religión cristiana por eso se confundirá con el geist de Europa, de Occidente, a punto tal que los cristianos occidentales no comprendemos las raíces asiáticas de nuestro culto, por haber perdido contacto con el desarrollo histórico de nuestra fe.
La cristiandad occidental, la Iglesia de Roma, se independizará más y más del Imperio y de la Iglesia Oriental (ésta continuará supeditada al Estado, como iglesia oficial, hasta el fin del Imperio de Oriente): Primero se sacudirá el yugo imperial, negándose el Papa a pagar tributo al emperador, para luego pedir auxilio a los reyes francos, separándose políticamente de Oriente, y -finalmente- apartándose en lo religioso de la iglesia patriarcal oriental, en el 1054, cisma que perdura hasta nuestros días.
La Iglesia romana dará así origen a una cristiandad europea, integrada por los pueblos septentrionales de Europa y del Norte del Mediterráneo: la cristiandad latina deja de ser una religión asiática, para convertirse en una religión continental y de Inglaterra e Irlanda, la matriz de Europa, con un obispado centralista, e independiente de las autoridades bizantinas, con pretensiones de hegemonía sobre el poder político.
No es -a pesar de lo glorioso de estos trazos- un lapso de santidad, ni de libertad religiosa, sino uno de cesaro-papismo, pornocracia y simonía, lacras tan profundas que podrán cauterizarse sólo con el desgarrón de la Reforma y sus ideales de retorno a la libertad y espiritualidad cristianas originales.
Este período, a paesar de su semejanza con el cautiverio asirio del pueblo de Israel, es una época de evangelización de todo el Occidente: Inglaterra e Irlanda, España, Francia, Alemania, Polonia, Hungría, Europa Central, Rusia, Persia, son ganadas a la fe de Cristo. Pero tampoco aquí es de sólo luces el panorama, porque -desde inicios del siglo VII- el Islam se apoderará de los pueblos del Sur del Mediterráneo y los llevará al monoteísmo estricto, que es su presea, sin que jamás pueda la cristiandad volver a ser dueña de los corazones donde tuvo su cuna, en su primera hora, y que hasta hoy permanecen en la fe musulmana.

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