jueves, 3 de septiembre de 2009

EL DEBATE CRISTOLÓGICO: cuál sea la naturaleza de Cristo.

Las doctrinas respecto de la persona de Cristo constituyen la cristología, disciplina que fue de primordial importancia en los primeros siglos del cristianismo y que ocuparía la mayor parte del pensamiento cristiano, junto con la doctrina de la trinidad, del Dios triuno (dogmática definida en el Concilio de Nicea del 325).
La cristología fue definida en los concilios ecuménicos de Nicea (325), Calcedoni a (425) y II de Constantinopla (689) en cada uno se logró a una síntesis de las doctrinas preconciliares, declarando como contrarias a la ortodoxia las que los padres conciliares repudiaron. Seguidamente haré un breve resumen de las principales de esas doctrinas e indicaré entre paréntesis y con cursivas el nombre usual de la correspondiente herejía.
Doctrinas anteriores al Concilio de Nicea: existió una corriente de raigambre judaica que considera a Cristo sólo como hombre (ebionistas); otros, gnósticos, lo consideraban sólo Dios, sindo la humanidad un mero fantasma (docetas); Cristo sería hombre, pero se divinizaría en el Bautismo (basilidianos); Jesús es humano, pero movido (energizado) por un poder divino (artemonitas, alogistas); el Padre y el Hijo son el mismo Dios y consecuentemente Dios mismo fue crucificado (Patripasionistas); el Hijo es uno de los tres modos en que se manifiesta la sustancia divina (sabelianos).
El Concilio de Nicea definió que en Cristo hay dos naturalezas, una humana y otra divina, pero una sola persona, siendo el Hijo consubstancial al Padre, y lo mismo el Espíritu Santo. Esta definición condenó al arrianismo que predicaba una sustancia divina y otra humana en Cristo, pero habiendo sido creado por voluntad de Dios, aun cuando antes del resto de la creación, y que por lo tanto Cristo estaba subordinado a Dios y era de otra sustancia que la Divinidad.
Alcanzada la definición nicena, la cristología continuó evolucionando y aparecen nuevas opiniones, antes del Concilio de Calcedonia (451): Cristo posee cuerpo pero no alma humana; en lugar de ella está el Logos, la segunda persona de la Trinidad (apolinaristas); en Cristo coexisten la naturaleza humana y la divina, pero separadamente (nestorianos); Cristo posee dos naturalezas, humana y divina, pero la humana está completamente informada y subordinada a la divina (eutiquianos)
El Concilio de Efeso (431) había anatemizado las doctrinas apuntadas y además definido, contra los nestorianos, que María es Theotokos (Madre de Dios), punto que ellos negaban; dicho Concilio declaró los siguientes anatematismos:
Canon 2. Si alguno no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que el mismo es Dios al mismo tiempo que hombre, sea anatema. (Denzinger, 114).
Canon 3. Si alguno divide en el solo Cristo la hipóstasis después de la unión, uniéndolas sólo por la conexión de la dignidad o de la autoridad y potestad, y no más bien por la conjunción que resulta de la unión natural, sea anatema. (ídem, 115).
Canon 5. Si alguno se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo, o portador de Dios y no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el Verbo se hizo carne y tuvo parte de un modo semejante a nosotros en la carne y en la sangre (Hebr.2, 14), sea anatema. (ídem, 117).
La formulación de Efeso, pese a ser la ortodoxia declarada por los padres conciliares, no correspondía bien con lo que doctores y pueblo cristiano profesaban, por lo que, veinte años después, luego de muchas incidencias y peripecias, convocó el Concilio de Calcedonia que hará una determina ción más acorde con el sentimiento religioso imperante, definiendo así las dos naturalezas de Cristo:
Siguendo, pues, a los Santos Padres, todos a una vez enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial, con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejan te en todo a nosotros, menos en el pecado (Hebr.4, 15); engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Símbolo de los Padres.
Así, pues, después que con toda exactitud y cuidado en todos sus aspectos fue por nosotros redactada esta fórmula, definió el santo y ecuménico Concilio que a nadie será lícito profesar otra fe, ni siquiera escribirla o componerla, ni sentirla, ni enseñarla a los demás (Denzinger, 148).
La fórmula definitiva fue redactada y leída al Concilio por el Emperador y alabada por los padres conciliares con entusiasmo. Las nuevas precisiones fueron recibidas por la iglesia romana como una verdad definitiva pero en la oriental apenas como una fórmula de compromiso. Quedaba todavía camino por andar y se debía profundizar más aún en la naturaleza de Cristo, hasta llegar al III Concilio de Constantinopla; mientras tanto hubo nuevas corrientes cristológicas, los monofisitas y los monotelistas que fueron anatemizadas: Cristo posee una sola naturaleza, la divina, la naturaleza humana es sólo una cualidad contingente de la divina (monofisitas); como Cristo es una sola persona, tiene una única voluntad (monotelistas):
El III Concilio de Constantinopla promulgó:
...define que confiesa a Nuestro Señor Jesucristo, nuestro verdadero Dios, uno que es de la santa consustancial Trinidad, principio de la vida, como perfecto en la divinidad y perfecto el mismo en la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre, compuesto de alma racional y de cuerpo; consustancial al Padre según la divinidad y el mismo consustancial a nosotros según la humanidad, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (Hebr.4, 15); que antes de los siglos nació del Padre según la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nació del Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad madre de Dios, según la humanidad; reconocido como un solo y mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin conmutación, inseparablemente, sin división, pues no se suprimió en modo alguno la diferencia de las dos naturalezas por causa de la unión, sino conservando más cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o distribuido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Verbo de Dios, Señor Jesucristo, (Denzinger, 290).
Y predicamos igualmente en Él dos voluntades naturales o quereres y dos operaciones naturales, sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, según la enseñanza de los Santos Padres; y dos voluntades, no contrarias -¡Dios nos libre!-, como dijeron los impíos herejes, sino que su voluntad humana sigue a su voluntad divina y omnipotente, sin oponérsele ni combatirla, antes bien, enteramente sometida a ella. Era, en efecto menester que la voluntad de la carne se moviera, pero tenía que estar sujeta a la voluntad divina del mismo, según el sapientísimo Atanasio. Porque a la manera que su carne se dice y es carne de Dios Verbo, así la voluntad natural de su carne se dice y es propia de Dios Verbo... Porque a la manera que su carne animada, santísima e inmaculada, no por estar divinizada quedó suprimida, sino que permaneció en su propio término y razón, así tampoco su voluntad quedó suprimida por estar divinizada. (ídem, 291).
Glorificamos también dos operaciones naturales sin división, sin conmutación, sin separación, sin confusión, en el mismo Señor nuestro Jesucristo, nuestro verdadero Dios, esto es, una operación divina y otra operación humana, según con toda claridad dice el predicador divino León: "Obra, en efecto, una y otra forma con comunicación de la otra lo que es propio de ella: es decir, que el Verbo obra lo que pertenece al Verbo y la carne ejecuta lo que toca a la carne". Porque no vamos ciertamente a admitir una misma operación natural de Dios y de la criatura, para no levantar lo creado hasta la divina sustancia ni rebajar tampoco la excelencia de la divina naturaleza al puesto que conviene a las criaturas... Guardando desde luego la inconfusión y la indivisión, con breve palabra lo anunciamos todo: Creyendo que es uno de la Santa Trinidad, aun después de la encarnación, nuestro Señor Jesucristo, nuestro verdadero Dios, decimos que sus dos naturalezas resplandecen en su única hipóstasis, en la que mostró tanto sus milagros como sus padecimientos, durante toda su vida redentora, no en apariencia, sino realmente; puesto que en una sola hipóstasis se reconoce la natural diferencia por querer y obrar, con comunicación de la otra, cada naturaleza lo suyo propio; y según esta razón, glorifica mos también dos voluntades y operaciones naturales que mutuamente concurren para la salvación del género humano. (ídem, 292).

1 comentario:

  1. Gracias por tu intervención amigo mío. Que la búsqueda de la verdad nos guíe siempre y pueda llevarnos a nuestra realización plena como hombres, lo que nos llevaría a ser plenamente hijos de Dios.

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