jueves, 3 de septiembre de 2009

Dámaso y Jer´´onimo.

Papa Dámaso (304-384) puede llamársele fundador de la Iglesia Romana; tal como él la diseñó se conserva hasta nuestros días. No llegó a la sede pontificia ni rectamente, ni fácilmente, ni por su santidad, aunque llegó a ser santo. En el 366 ascendió al trono, gracias a la protección imperial; el Edicto de Milán ya empezaba a dar su frutos, y no los mejores: los puestos eclesiásticos, que comportaban exoneraciones fiscales considerables y acceso a fondos comunitarios importantes, hacían que la nobleza romana acudiera en bandada a apropiarse los nuevos privilegios de la recientemente oficializada religión.
El último de los grandes historiadores romanos Ammianus Marcellinus (330-395) nos dejó en su Rerum gestarum libri (Crónica de los Eventos), de la que subsisten 18 libros, una detallada crónica de los sucesos del 353 al 378: entre los eventos que narra registra que la batalla entre Ursino y Dámaso por el obispado de Roma dejó, en sólo la iglesia que se levantaba donde hoy está la de Santa María Mayor, 137 cuerpos exámines, lo que sucedía por cuanto el disfrute del obispado de Roma comportab a grandes privilegios; por eso afirmó Ammianus: "
... pues cuando lo logren (la sede episcopal) estarán tanto libres de todo cuidado como enriqueci dos con las ofertas de las matronas, viajarán sentados en carruajes, vistiendo vestiduras escogidas cuidadosa mente, y comerán banquetes tan lujosos, que sus entretenimientos superarán los de los reyes" (cfr., Frend, p. 77)
Las clases altas comenzaban a buscar, por motivos de conveniencia económica, las posiciones eclesiásticas. El servicio eclesiástico se convirtoó en una carrera que brindaba excelentes oportunidades y así resultó que grupos oficiales o privados ingresaban a la clerecía, haciendo carreras vertiginosas: Ambrosio fué bautizado y en el término de ocho días pasó de gobernador (consularis) de Emilia-Liguria a Arzobispo de Milán; Agustín de Hipona, Jerónimo, Orígenes y Paulino de Nola, todos fueron ordenados presbíteros sin mayores trámites; Fabián era laico y fue ordenado Papa en el 236, Eusebio era catecúmeno cuando fué, a instancia de las milicias, ordenado Obispo de Cesárea en el 314, lo mismo que Filógono de Antioquía en el 319, Nectario de Constantinopla en 381, Sinesio de Ptolemais en el 410; además de Eusebio, fueron promovidos por las milicias a sedes episcopales Martín de Tours y Filiastro de Brescia, entre otros tantos, y Gregorio Naciancen o cuenta que -en el siglo IV -era común ser nombrado obispo seleccionando los candidatos del ejército, la marina, los círculos agrícolas o los gremios. Juan Crisóstomo en un sínodo que convocó en Éfeso en el 410, halló seis casos de simonía, obispados en cabeza no de célibes sino de hombres casados, que habían adquirido la sede episcopal mediante soborno: los depuso, pero luego fueron insediados nuevamente... sin abandonar a sus esposas.
Los incentivos económicos, entre los magnates y las clases altas y acomodadas, para hacerse cristiano los constituyeron, principalmente, la exoneración de los servicios comunales obligatorios, que eran excesivamente onerosos; del pago de los impuestos rurales y el acceso a las arcas comunales de las comunidades cristianas (entre los hombres de fortuna y las viudas se hizo costumbre tratar a la Iglesia como "esposa de Cristo" dejándole en herencia un tercio del patrimonio hereditario, o bien considerándola como un hijo adicional, con lo que las arcas comunales cristianas estaban bien provistas).
Julián el Apóstata se percató de que el cristianismo medraba en gran parte por el respaldo imperial y los incentivos consiguientes y -en su deseo de restaurar el paganismo- creyó que lo más prudente sería instaurar una plena tolerancia religiosa (la del 361-3), convencido, según Ammianus, de que los cristianos entonces se dividirían en multitud de sectas contestatarias, pues "ninguna bestia salvaje es tan hostil a los hombres, como los cristianos lo son entre ellos".
En este ambiente, tan proclive a la corrupción, reinó Dámaso, y supo poner suficiente orden para establecer una organización capaz de continuar gozando del respaldo que el cristianismo despertaba entre sus secuaces, pero que al mismo tiempo ofreciera oportunidades de "carrera" suficientes para asegurar que su clerecía estuviese constituida por lo mejor de la sociedad romana. Lo logró tan cabalmente que su reforma, continuada y completada por su sucesor Siricio (385-398), se mantendría en pie los siguientes mil años, y no sufriría una modificación a fondo, sino en los inicios de la Edad moderna: y aún hoy, después de dicha reforma, la Iglesia de Roma sigue siendo muy similar a la de Dámaso a punto tal que los católicos romanos no lo veríamos, de vivir en él, como un mundo ajeno.
En lo dogmático (Concilio Romano del 382) promulgó la unidad sustancial del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo; la distinción entre el Padre y el Hijo (que no es el mismo que el Padre); la divinidad del Hijo y del Espíritu Santo (quienes no son criaturas). Condenó que Cristo sea nacido sólo de María; que hubiera dos Hijos, uno antes de los siglos y otro luego de encarnarse; que Cristo no tuviese alma humana, sino sólo divina (el Verbo unido a un cuerpo humano, pero sin alma humana). Declaró la divinidad del Hijo de Dios; la Divinidad del Espíritu Santo; que la creación es obra de la Trinidad; que la Trinidad son tres personas verdaderas, iguales, siempre vivientes, que todo lo contienen, lo visible y lo invisible, que todo lo pueden, que todo lo juzgan, que todo lo vivifican, que todo lo hacen, que todo lo salvan. Asimismo en su pontificado se fijó el Canon de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y además se tradujeron, de lo que se encargó a Jerónimo, al latín: la llamada Vulgata Latina, que sería la traducción oficial utilizada por la Iglesia Romana hasta mediados del siglo XX.
Dámaso afirmó también la preeminencia de la sede apostólica (la cual sería expresamente establecida por una autoridad conciliar en el 431, en el III concilio ecuménico, el de Éfeso), el culto de los mártires, especialmente el de Pedro; reformó la liturgia, celebrando los misterios en latín, en lugar de en griego como hasta entonces; organizó los asuntos religiosos, y estableció, como desde entonces se cumplió, pormenorizado registro y razón de las decisiones
Secretario del Papa Dámaso fué Jerónimo, quien vivió del 347 al 420; fue bautizado por el Papa Liberio en el 366 y era uno de los mayores eruditos en los clásicos latinos de su época; viajó extensamente, fue discípulo de Gregorio Nacianceno, vivió largo tiempo como eremita, fue ordenado sacerdote, sin obligación de cura de almas. En el 385 abandonó Roma, donde era perseguido por los cristianos, por sus críticas a su modo de vida, y marchó a Palestina, donde en el 389 estableció un monasterio en Belén (constaba de un convento para hombres, otro para mujeres y un albergue para peregrinos). Algunos le consideran el fundador del monasticismo occidental.
No fue un pensador original ni atrevido, sino más bien un estudioso minucioso, bastante tradicionalista: su influencia sobre la Iglesia medioeval fue inmensa, por sus propias obras, muy leídas, en especial sus apologías de la virginidad, y por su traducción al latín de las obras de Orígenes, Eusebio de Cesárea y la Biblia (Vulgata Latina); así como por su regla monástica, en la que se basaría el monasticismo, en su forma conventual característica del Occidente, en lugar del eremitismo oriental.

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